CAPÍTULO XXII (parte 4)

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Daniel se agachó más la visera de su gorra, cuando notó que unas chicas en la cafetería cercana le miraban con especial interés. No dudaba mucho de sus intenciones gracias a las sonrisitas que daban, pero como últimamente no podían confiar en nadie, prefería tomar sus precauciones a simplemente creer que un trío de francesas intentaba ligar con él.

No estaba muy seguro de si eso era terriblemente triste, o fascinante. Aunque sí sabía una cosa, si Esteban lo viera, primero, se burlaría de su ridículo atuendo de turista con cámara incluida y gorra de la ciudad; después, probablemente lo patearía con ganas por no aprovechar las oportunidades de la vida con semejantes bellezas. ¡Eran un trío de francesas!

Pero ya nada era como antes... y seguro que nunca lo sería de nuevo.

Ya no tenía solo veinte años y estaba por terminar la universidad. Ahora sabía que el cielo y el infierno eran reales, que los demonios no mentían, que los ángeles podían ser jodidamente crueles; y sobre todo, era un maldito Profeta que escuchaba los cantos de los Serafines, y tenía la habilidad de ver más allá de cualquier línea de tiempo establecida.

No, ya nada era como antes. Así que pasó miró de un lado a otro en la calle, y cruzó para evitar a consciencia a una de las chicas que ya se acercaba hasta él, porque no tenía tiempo para ligar. No era un turista.

Tratando de poner su mente en el juego, respiró profundamente para dejar que sus poderes hicieran lo suyo; se suponía que debía encontrar un camino que les llevara de incógnitos hasta el Vaticano, pero cada maldito paso que daban en sus visiones, les llevaba a ser atrapados ¿Acaso habían hecho un viaje inútilmente? Oh esperaba que no fuera así, porque francamente su dosis de paciencia ya había dado todo lo que tenía que dar, y estaba muy cerca de llegar al punto donde ser o no descubiertos no iba a importar una mierda; el problema con ello, es que una vez que esa puerta fuera abierta, dudaba mucho que fuese capaz de cerrarla.

Descubrir su origen había sido como la gota que llenó el vaso.

De buenas a primeras tenía por fin una historia detrás de la neblina del pasado. El nombre de unos abuelos fallecidos en términos pacíficos y normales, pero con el dolor de una hija perdida en medio de la noche; un tío que había luchado día y noche para encontrar a su hermana, pero que lo único que encontró fue un sobrino que ya tenía una familia propia; y por último pero no menos estresantes, las incógnitas de siempre ¿Qué había ocurrido con su madre en ese tiempo? y la mejor ¿Quién era su padre?

Si, estaba en un maldito punto de quiebre, aunque para ser justos, Eric estaba tratando con mucho tiento el asunto en general, absorbiendo la mayor parte del impacto.

El detective no había enloquecido con la revelación, quizás estaba nervioso y un poco fuera de sitio siendo inseguro en cuanto a cómo moverse alrededor de ellos, porque definitivamente estaba manteniendo a Violeta dentro del asunto de la familia, y eso, sin saberlo, era muchos muchos puntos a su favor; pero en general, seguía transitando en la misma línea que había usado desde que se presentó. Lo que a la par le sumaba otro tanto en puntos, porque con eso demostraba el interés genuino desde el inicio.

Aun así, no podía evitar ciertos espasmos de tensión en la situación. Habían hablado al respecto, habían discutido lo necesario, y luego simplemente estaban ignorando el elefante rosa en la habitación hasta que pudieran obtener más. Razón por la que estaba justo donde estaba, pretendiendo ser un turista... a punto de ser atropellado.

El del claxon hizo a Daniel parpadear a la realidad con un latido del corazón atorado en su garganta, curiosamente, lejos de ser por el accidente en el que estuvo a milímetros de ser víctima, era más por el ruido que le asustó; o mejor dicho, la falta de este.

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