CAPITULO XIV (parte 4)

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Fue como si algo se rompiera. Un fuerte crack que retumbó desde su interior, y se expandió fracturando incluso sus pensamientos.

No era la primera vez que Daniel tenía este sentimiento, le había pasado lo mismo la noche que Gabriel murió, cuando sus poderes quedaron al descubierto y su línea de comunicación con los Serafines fue desbloqueada. Ahora era igual. Algo que había estado oculto dentro de él finalmente se liberaba, y arrasaba todo a su paso sin permitirle poder contenerlo.

Sus ojos destellaron sin preguntar, a pesar de que había puesto todo de su parte por someter sus poderes para no ser descubierto, y al instante, las sombras del destino comenzaron a bailar a su alrededor alterando de manera siniestra el paisaje, con colores y figuras que fluían desde tiempos distintos; mientras que las voces del primer coro de ángeles se mezcló con las que se proyectaban desde las esferas que encontró.

Entonces un estallido de luz más allá de su propia visión atemporal, retumbó desde el interior de la propiedad amplificando el alcance de sus poderes, volviendo cada escena encerrada en su memoria una cosa viva, como si cada sombra del destino hubiese sido tomada para ser observada.

De pronto todos esos recuerdos que parecían haber sido borrados de su existencia, desfilaban ante su mirada; y Daniel supo, en lo profundo de su conciencia, que estaba en una prisión de burbuja, pero en una escala mucho más real ¿Por qué? Bueno, no podía pensar al respecto cuando estaba demasiado ocupado observando su pasado.

Por una parte, el hospital había dejado de ser un lugar en ruinas para mostrar la gloria que alguna vez presumió.

Las paredes se elevaban en perfecto estado en un azul similar a los mares del norte, y hermosas puertas de madera brillante señalaban las diferentes habitaciones a lo largo del pasillo; mientras que unos suelos elegantes en plata, te hacían sentir como si caminaras en un lago del metal fundido, gracias a los inclementes rayos del sol que se colaban por las enormes ventanas. Estas podían tener rejas que las cubrían para evitar accidentes, pero estaban diseñadas de tal manera que parecían ser solo otra extensión del vasto jardín en el exterior.

Una mujer con una pulcra bata blanca, caminaba con una elegancia que poco combinaba con las caras graciosas que estaba haciendo al pequeño bulto en sus brazos. El bebé de vez en cuando hacía sonidos que podrían ser una risa o un gruñido.

-Tu mamá espera ansiosa Daniel...-. Comentó con alegría brillando en unos ojos castaños que resultaban familiares. -Se pondrá feliz de lo mucho que has crecido en estos días...-. Terminó deteniéndose frente a una de las puertas, para después sacar un llavero y abrirla.

El corazón adulto del Profeta se detuvo cuando una joven que parecía un hada de los bosques encantados, se asomó a recibirlos.

De figura delicada y estilizada, tenía el cabello tan negro, que contrastaba de manera vibrante contra el cálido blanco de su piel, y tan exageradamente corto, que permitía un acceso completo a unas orejas casi demasiado puntiagudas para ser humanas. En su rostro, se extendían unas cejas gruesas y pestañas extensas para enmarcar ojos tan verdes como esmeraldas a contraluz; mientras que sus labios estaban delineados en una sonrisa que delataba su emoción.

-Hola mi hermoso hijo...-. Dijo con voz cantarina, tomando en sus brazos la preciada carga al tiempo que le besaba con amor y devoción.

A Daniel se le hizo un nudo en la garganta, y el anhelo por tocar a su madre provocó que sin siquiera darse cuenta levantara la mano en un intento por alcanzarla. Esa era la primera vez que la veía, que no era solo una imagen mitad recuerdo mitad fantasía. Esa era ella. Realmente ella.

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