Los pensamientos de Daniel corrieron a la par que su adrenalina, tratando de analizar lo que estaba viviendo, pero su cuerpo se adelantó a sus deseos; así que sin importarle lo estúpido que podía ser lanzarse a sí mismo a través de aquel campo recién quemado, sus pies se movieron encaminándose con desesperación hacia su amigo, entre las plumas cayendo del cielo, y el humo brotando de la tierra.
Sus ojos lloraban, y su pulso retumbaba a la par de las voces de los Serafines; y aunque el aire que respiraba era extrañamente de una pureza tan exquisita, que amortiguaba ciertos efectos físicos de la ansiedad que se estaba disparando en su sistema, notaba como su cuerpo empezaba a sacudirse presa del temor.
Había visto lo que iba a pasar, y aun así, decidió guardar silencio esperando unos resultados diferentes a los que obtuvo con Gabriel. Contarle al nefilim su visión, o compartirla con él, solo había provocado su muerte; por eso está la había mantenido en secreto, esperando que si un escenario similar al de la profecía se presentaba, podría hacer algo para cambiarla. Pero no había funcionado. No funcionó. Y ahora estaba sufriendo las consecuencias... unas que constaban de la pérdida de la vida de su amigo.
Mirza reaccionó antes de verlo, y el mismo círculo que lo protegía se desplazó conforme avanzaba, a la par que unas cuantas mariposas manipulando el oxígeno a su alrededor; mientras que Eric giró en su propio espacio analizando la situación, y Joel mantenía su poder fluyendo bajo la orden no dada de la exorcista, igual que había hecho la súcubo. Aun así, Pandora llegó antes a su lado, perfectamente consciente de que ese era el destino que intentaba alcanzar.
Podía escuchar el lento latido del corazón, notaba las convulsiones ya esporádicas del cuerpo de Estaban; el lento sube y baja de su pecho, inducido únicamente por el viento que los espíritus del cuarto pilar introducían como oxígeno en él, tratando de atenuar el sufrimiento; pero en especial, el esfuerzo que hacía por mantener la mirada clavada en la demonio. Pandora no tenía idea de cómo había previsto el ataque hacia Mirza, pero sí sabía que tristemente su acto heroico era más un suicidio estúpido e inútil.
-Está muriendo...-. La voz de la vampiresa tenía esa frialdad neutral que la envolvía todo el tiempo, a pesar de que la sangre a su alrededor era suficiente para inquietar a cualquiera de los de su clase... por supuesto, ella no era una recién nacida...
-¿No me digas?-. Replicó con sarcasmo la súcubo, con una sonrisa bailando en la comisura de sus labios; aunque ni siquiera se dignó a bajar la vista. Tenía demasiadas cosas que pensar en ese instante, como para hacer alarde de lo evidente
-Entonces hay que llevarlo a un hospital...-. El Profeta se detuvo a su lado, apretando los puños con tanta fuerza que las venas en sus brazos y cuello se habían saltado sobre la piel. Las neuronas en su cerebro haciendo cálculos ridículos en base a cosas que ni siquiera podía dar por sentados. -Justo como llegamos aquí, por una puerta astral...
-Incluso si llegáramos ahora mismo...-.Esta vez el tono de Pandora bajo un poco, como si estuviera dirigiéndose a un niño. -No podrían salvarlo...-. La daga había vuelto a su sitio en su cintura, pero podía notar una energía vibrante ser emitida desde la misma, con una intensidad inusual para un alma separada del cuerpo, lo que le hacía estar segura de que de alguna forma podrían conseguir llegar hasta una sala de emergencias; pero dudaba mucho que eso ayudará
-Entonces Mika tiene que ayudarlo...-. Comentó buscando al aludido. No se había dado cuenta de que en el instante en que el infierno se desató, el pequeño había elevado el vuelo. -¿Dónde está? Venía con nosotros ¡Mika!-. Gritó con aliento desesperado el Profeta
En ese instante los últimos vestigios de las llamas se extinguieron por completo, pero ninguno de los pilares dejó de ejercer su poder en el ambiente. Los sellos del escudo se convirtieron en prisiones para sus ocupantes, impidiendo que se movieran a través del terreno; mientras que las mariposas se ocupaban de limpiar el aire, despejando de este modo la escena, dejando en su máxima expresión un paisaje desolador, que dolía en comparación de la belleza que antes tenía.