Estaba cansada.
Susan tenía el cuerpo pesado a causa del poco descanso, los párpados intentaban cerrarse sin su consentimiento, el corazón le latía frenético por las cantidades ridículas de cafeína que había consumido, y tenía un dolor de cabeza que le hacía sentir como si alguien le hubiera dado con un martillo en ella; sin embargo, lo peor de todo, era la sensación de terror que tenía su estómago contraído, y hacía que le temblaran las manos a pesar de sus grandes esfuerzos por mantenerlas quietas.
Se encontraba sentada en el viejo hospital, en medio de un montón de papeles que estaban esparcidos a su alrededor como una alfombra de información, mientras que sobre su cabeza flotaban esferas como luces puestas para un escenario romántico; el problema es que el resto del panorama no tenía nada de agradable, y para desgracia de su simple mortalidad, parecía tener de pésimo humor a un demonio que hasta el momento estaba notando, había mantenido su poder en total control.
Damon no se había movido del sitio desde que apareció allí para ayudar a Violeta. Mantenía una estrecha vigilancia sobre las almas, e intercambiaba información entre susurros ya fuera con David o con Mika; pero ni siquiera la presencia de ellos lograba atenuar el aura de maldad que se desprendía de su ser como un pulso cruel que se burlaba de sus terminaciones nerviosas, moviéndose a su alrededor como una bestia jugando con su presa.
La detective se sentía como si estuviese viendo una película de terror, con la ansiedad en su punto más elevado, la expectativa manteniéndola alerta; y su instinto de supervivencia sin darle tregua a sus músculos dejándolos en una torturante tensión, porque esta vez el monstruo era totalmente real, y estaba parado a solo unos pasos de distancia.
Pero no podía hacer nada al respecto y tenía que seguir adelante, porque por increíble que pareciera, ella era la única humana a la cual le permitieron el paso al interior del hospital.
Luego de que, según entendiera, Damon y David se dieran cuenta de que las quizás las almas de aquellas quienes se habían suicidado, eran las que estaban encerradas en las esferas que flotaban como por arte de magia en un espacio que parecía imposible dentro del lugar; y en vista de que ellos ya tenían suficientes asuntos que tratar con los otros de su tipo, decidieron que lo mejor sería dejar tal investigación a los hombres. Lo gracioso, es que de todos los que conocían, habían decidido que solo se fiaban de ella... sus palabras.
LeBlanc podría considerar más adelante esta resolución bastante halagadora, pero en ese instante, tras más de 48 horas sin dormir o descanso alguno, y luego de descubrir el secreto que conectaba a Daniel y Eric Morgan; lo cierto es que lejos de sentirse apreciada por sus capacidades, se sentía como el sacrificio humano.
Además, tal y como habían supuesto, las almas que encontraron efectivamente pertenecían en su mayoría a personas que se habían suicidado. No había sido una sorpresa agradable descubrir que de hecho no solo se trataban de mujeres, también había varones cuya vida había terminado por sus propias manos; lo que ahora dejaba más inciertos los motivos que tenía Leo para inducirlos a tales actos.
Cual fuera el caso, encontrar los archivos pertenecientes a cada alma era igual de fácil que buscar una aguja en un pajar.
-Tenemos un problema...
La voz de Luc hizo que Susan levantara la cabeza en un gesto de desaprobación, ya que cada letra había mandado una descarga de dolor a su pobre y en exceso usada cabeza. Estaba parado a un lado suyo ofreciéndole otro gigantesco vaso de café. Después del segundo que se tomará, la detective estaba convencida de que el líquido tenía mucho más que solo eso, pero se negaba a preguntar en aras de su salud mental.