Pasaba del mediodía cuando llegaron a la tienda de antigüedades.
Violeta aceptó el abrazo de Ofelia algo incómoda. No es que no le agradara semejante muestra de cariño, era que se sentía como una maldita hipócrita, pues las desgracias de esta familia eran todas a causa suya. Primero la muerte de Margo, ahora los problemas que tenía Joel... y seguramente vendrían más cosas en el futuro.
Si no la hubiesen conocido, su vida sería mucho más fácil.
-No sabes qué gusto me da ver que estás a salvo...-. Ofelia sujetó su rostro entre las manos, y la miró a conciencia buscando por alguna herida visible; al no encontró nada asintió satisfecha...
La exorcista se tensó de pies a cabeza, y tanto su rostro como cuello adquirieron una tonalidad de rojo chillante. Margo una vez le había contado que tuvo la intención de mantener al margen de la magia a su hija y a su nieto; obviamente no le funcionó tan bien como planeaba, y ahora gracias a ella, todo era peor.
Sus ojos viajaron en medio de una súplica hacia su pilar, queriendo preguntarle mentalmente qué tanto sabía su madre. A pesar de que no hubo palabras dichas entre ellos, él la entendió al instante.
-Lo sabe todo...-. Le explicó pasando a su lado, con el pay de fresas que la joven había llevado como presente a su casa; provocando que los intensos colores se evaporaran de su cara.
Ese pequeño postre, no serviría ni como introducción a la disculpa que debería estar implorando mientras se arrastraba por el suelo.
-Lo siento mucho...-. Comenzó a decir en su susurro ahogado. -Yo no... Yo no quería involucrarlos de esta manera... es mi culpa...y yo...-. Balbuceaba, no sabía qué decir
Ofelia sonrió con la dulzura que solo una madre es capaz de dar, y la volvió a sujetar con fuerza entre sus brazos mientras acariciaba con ternura su cabello, consolando los temblores que sintió a través de su agarre. Para ella era solo una niña que se enfrentaba un destino cruel.
-No es tu culpa, no tienes por qué disculparte. En todo caso, estoy feliz de que los dos estén bien-. La separó un poco de su cuerpo, aun sujetándola por los hombros, y la miró fijamente con ojos que se nublaban de lágrimas contenidas. -Y gracias, muchas gracias por salvarle la vida; eso es algo que jamás podré pagarte...-. Terminó volviéndola a apretarla contra su pecho
Por unos instantes, Violeta no supo si fue la fuerza con la que la aprisionaba, o el sentimiento transmitido en sus palabras lo que le cortaba el aliento. A pesar de todos los problemas que estaba pasando, Ofelia le daba las gracias por haber salvado a su hijo, y eso la hizo sentir un poco mejor, pues en medio de su alegría por al menos hacer eso bien, por no haberse equivocado en su decisión, recordaba que había una madre cuyo dolor todavía no podía expresar libremente. Pandora podía ser un monstruo, pero la exorcista tenía dentro de sí el inmenso amor que Gabriel le profesaba, y eso solo podía ser porque había sido una madre excelente.
-Gracias por no odiarme...-. Fue lo único que atinó a responder
Por su parte, el sacerdote observó la escena con ese gesto tan serio que le caracterizaba. Cuando le había contado todo a su madre, pensó que le daría un ataque cardíaco; pero dadas las circunstancias que los rodeaban y la policía haciendo preguntas de él por allí, no podía mantenerla al margen; especialmente si la Inquisición decidía tomar represalias por sus acciones, en cuyo caso, necesitaba que ella estuviera alerta.
Para el momento en que logró que se calmara, ella había sido muy clara en una cosa. Quería estar enterada de todo, o de lo contrario, acosaría a los oficiales de policía para obtener respuestas, incluso si eso la ponía presa. Por un instante, Joel se preguntó si hacer que la mantuvieran presa no sería mejor garantía de su seguridad; pero su conciencia le hizo desechar la idea con un gran sentido de culpabilidad que pagaría más tarde, cuando pudiera volver a confesarse... eso si no lo habían excomulgado todavía de la iglesia.