Violeta había logrado ignorar los vividos recuerdos de su familia. No era una tarea sencilla dado el valor sentimental que tenían para ella, y más aún si tomaba en cuenta que era uno de sus anhelos más secretos y mejor guardados: conocer a sus padres. Sin embargo, en una balanza de prioridades, en ese momento, llegar a su hermano que estaba vivo y no era una simple memoria, era mucho más importante.
No obstante, cuando finalmente lo había encontrado, a pesar de sus titánicos esfuerzos por mantener el control de sus deseos, la visión de aquella noche en que Leo le arrebató de alguna manera su vida, o más bien, la vida que pudo tener; ella simplemente se convirtió en una estatua de sal. Quieta, frágil e indefensa.
Era como estar perdiendo la cabeza... o el corazón. Su pasado desmoronándose pedazo a pedazo ante sus ojos, y sin la menor posibilidad de que pudiese hacer algo para detener las agujas del reloj en las manos de la muerte. Su propio llanto inundando su alma de dolor.
Pero entonces el curso de los acontecimientos comenzó a moverse en una dirección que no había previsto, despertándola de su letargo autocompasivo en un ritmo ascendente. La mención de sus ancestros fue la primera pista, al instante todas sus alarmas se pusieron en ámbar; pero cuando su madre dijo que necesitaba llamarlo a él, su mundo simplemente dio un giro de 360°, haciéndola respirar de fuera hacia dentro.
Algo en su pecho se expandió con la potencia de un rayo, sacudió su estómago, le contrajo los pulmones, despertó sus músculos, y le dio un subidón de adrenalina tan grande, que sus pensamientos comenzaron a girar en un espiral de mil por segundo, tratando de llegar a un acuerdo en cuanto a las emociones que tenía en ese instante.
Era algo extraño, una cosa confusa que no sabía cómo definir, y que merodeaba en su interior desde hacía ya mucho tiempo. Normalmente estaba plácidamente acurrucada observando con atención a su alrededor; pero otras ocasiones, como está por ejemplo, se volvía una bestia que rugía con furia y rasgaba a su paso para hacerse notar, opacando con una facilidad pasmosa lo demás, para convertirse a sí misma en todo.
Iban a decir su nombre.
Su madre gritaría el verdadero nombre de Damon, volviéndolo el epitafio de su eternidad; y a pesar de que debería estar preocupada por muchas, muchísimas otras cosas, la exorcista sabía que era esa la cuestión que abarcaba al cien por ciento su mente, y para colmo de males, por razones completamente contrarias a lo que debería importarle.
Aun así, hizo lo único que su cuerpo atinó a procesar. Ceder por completo a sus impulsos, permitiendo que esa electricidad que nacía desde su corazón, se liberara por cada poro de su piel.
-¡¡Daniel!!-. Gritó con todas sus fuerzas, antes que la invocación llegará a su final
La melodía emitida por su voz, fue una tempestad que se desató contra las visiones, provocada por el aleteo de miles de mariposas de un violeta fluorescente e irreal, que brotaban en un espiral sin fin desde el suelo a su alrededor.
El espacio se vio sometido a su voluntad. La radiante luz se desbordó iluminando todo a su paso, colapsando por un instante el flujo del tiempo en la percepción de los Serafines, dejando como única alternativa la decadente realidad de un viejo hospital psiquiátrico en ruinas, las pequeñas esferas que rodeaban al Profeta; y más importante aún, revelando a Leo y Arial desde su lugar privilegiado en el alfiz de los extintos ventanales.
Ellos habían estado tan atentos a lo que el pasado les revelaba, que ni siquiera se habían percatado de cuantos estaban realmente en el interior de la propiedad, en ese limitado espacio más exactamente; sin embargo, con la interrupción que propiciaron los poderes de Violeta contra la trampa de Arial, sus presencias quedaron reveladas.