CAPÍTULO XXIII (parte 2)

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Ahogando el grito que su instinto natural la impulsó a esbozar en sus labios, Violeta se quedó estática en la puerta cuando vio que una bestia que bien podría ser el famoso pie grande, se paseaba por la parte trasera de la cabaña.

Medía más de dos metros, el rostro parecía el de un murciélago, y el cuerpo era similar al de un gorila, excepto porque igual que una persona, caminaba completamente erguido; y mientras que sus manos en lugar de dedos tenían garras filosas cual cuchillas, y sus patas eran exageradamente grandes aun para su tamaño, era el pelaje blanco lo que le hacía un mero espectro entre la naturaleza.

Estaban prácticamente de frente, y la distancia que los separaba no alcanzaba a ser ni de diez pasos, por lo que era imposible que no la viera; sin embargo, cuando la exorcista quedó descubierta en el exterior, y el monstruo se giró hacia ella olfateando el aire con un gesto que arrugaba su nariz dejando libres sus colmillos, se dio cuenta que no la veía. Tal como su Sombra prometió.

Conteniendo el aliento precaviendo que eso pudiese descubrir su ubicación, la última descendiente de Salomón comenzó a caminar sigilosamente, pero en una carrera apresurada que delataba su estado de ansiedad. Lo cierto es que agradecía estar oculta porque eso facilitaba infinitamente su escape, pero tampoco le hubiese importado que la vieran, ya que sencillamente no había manera de que se quedara dónde estaba. No cuando la vida de Damon estaba en juego.

La tormenta se había vuelto más intensa en los últimos minutos, el viento azotaba sobre su cuerpo con tal fuerza que robaba parte de su equilibrio, y los centímetros que crecía la nieve en el suelo hacían más complicado su avance; aun así, su ritmo era constante e imparable. Un paso a la vez. Un aliento más cerca. Un segundo más tarde.

Bum bum. Bum bum.

La visión de Daniel bien podía haber sido una advertencia al futuro, un recordatorio del pasado... un error... pero no quería esperar a confirmarla para actuar en consecuencia; no podía con esa angustia que la estaba ahogando. Así que seguía moviéndose.

No podría simplemente gritar su nombre, no se trataba de eso; tenía que hacerlo bien. El sello de Gabriel comenzó a destellar en su mano, oculto bajo el guante y dándole calor en medio de la tempestad; pero sobre todo dándole ese conocimiento que no tenía, gracias a sus memorias, las cuales ahora era capaz de centrar correctamente pieza por pieza. Aunque eso o hacía la tarea más fácil.

Recordaba perfectamente la visión que tuvo de sus padres, cuando fue absorbida por los poderes de su hermano en el viejo psiquiátrico; y a pesar de que una punzada de dolor le taladró por el recuerdo, Violeta trató de analizar los detalles, usando como base lo que su segundo pilar sabía respecto a invocaciones infernales.

El problema era que ese demonio en particular, requería no solo una cantidad ridícula de poder, sino que además exigía un pago lo suficientemente atractivo como para llamar su atención; el maldito problema, es que ella ya le había entregado su alma. Entonces ¿Qué más podía darle?

La cosa sin nombre en su interior rugió molesta ante sus dudas, conteniendo un poco el fluir de sus movimientos, pero no lo suficiente para detenerla. Había una guerra civil entre su consciencia y la fiera que intentaba dominarla; no podía concentrarse en una sin distraerte con otra.

Por otro lado, y regresando a lo que la tenía allí en primer lugar; tampoco se sentía demasiado segura de que llamarlo fuese a ser suficiente, ya que bien pensado, él había estado paseándose en el plano mortal por 16 años... técnicamente libre... ahora, eso no lo había pensado demasiado.

En su afán por mantenerse lejos, por no enfrentar la realidad de lo ocurrido la noche en que murieron sus padres, Violeta no había querido indagar mucho en lo que vio, o en lo que pasó después; pero en ese instante que todo parecía ser importante, o mejor dicho, que todo se conectaba de alguna manera que no lograba terminar de entender; se daba cuenta que quizás las cosas no eran tan obvias como parecían. Lo que era graciosamente irónico, ya que eso exactamente había estado ocurriendo en toda esta locura.

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