CAPÍTULO XX (parte 2)

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Eric tenía la barbilla levantada, los brazos cruzados al pecho, las pierna ligeramente separadas, y una sonrisa desafiante que hacía pensar muy seriamente si valía la pena arriesgarse a hablarle; sin contar que tanto su placa como dos de sus armas estaban completamente visibles, añadiendo puntos al aspecto rudo que mostraba.

No había pasado mucho desde que llegó, quizás algunos diez minutos contando el tiempo que tardó en preguntar por Susan, pero no estaba de ánimo para rendir pleitesía a nadie, y necesitaba hablar con ella. Además, ver a Mirza con semejante pinta, y escucharla negarse con tal simpleza a su petición mientras devoraba obscenamente un helado, hizo que se le crispaba todavía más el humor por la excitación que sintió.

La súcubo iba disfrazada de oficial de policía. Violeta le había pedido que se quedará para mantener el sello que protegía el hospital, y en medio de sus juegos perversos, terminó con un uniforme que se le ajustaba de manera insana a sus curvas, y provocaba delirios pecaminosos en cada par de ojos que tenía la desgracia (y placer) de verla.

Admitía a regañadientes que tenerla allí, así, funcionaba increíble como distracción para la prensa cuando traspasaba las barreras que los Templarios habían puesto, ya que era ella quien les convencía para que se marcharan... más bien les seducía. Lo que Eric no terminaba de entender, era exactamente cómo funcionaba el poder de la demonio, ya que a pesar de su deslumbrante belleza e interesante elección de vestuario, todavía no se había convertido en el punto focal de atención.

Para él era natural verla, pero para el resto del mundo no parecía ser igual. Era como si estuviera y a la vez no. La notaban, hablaban con ella (babeaban por ella), y luego simplemente se daban la vuelta y parecían olvidar el hecho. Lo que le había puesto a pensar en la facilidad idílica con la que olvidaban los casos sobrenaturales que enfrentaban. No el terror que les inspiraban, las dificultades que pasaban para exorcizar los demonios, o el dolor que sufrían en batalla; sino la profundidad de la realidad que enfrentaban día a día. De nuevo, el hecho de lo que hacían.

Como si los humanos no debieran meterse en esos asuntos. Irónicamente, siempre terminaban metidos hasta el fondo.

Morgan se sacudió las ideas tratando de centrarse en lo importante luego de ver su reloj por quinta vez consecutiva. Todavía tenía muchas cosas que hacer, como para estar parado allí esperando a ser atendido; así que empezó a caminar. La adrenalina, la cafeína, y lo que había descubierto le tenían demasiado frenético para mantenerse quieto.

-Mirza cariño...-. Dijo poniéndose frente a la súcubo, que parecía estar en una maldita playa en lugar de en medio de la ciudad. Estaba acostada en una tumbona (ni idea de dónde la había sacado), terminando su helado bajo el no muy cálido sol otoñal; y ya que se fijaba bien, estaba un 99% seguro que su traje pertenecía a una bailarina exótica... por decirlo de manera elegante. -No tardé mucho, solo voy a preguntar una cosita ¿Podrías abrir para mí?...

Era la segunda vez que se lo pedía. Cuando recién había llegado, le dijo que necesitaba hablar con la detective y siguió su camino como si nada, hasta que se había dado de bruces contra una pared invisible. El escudo, así había escuchado que llamaban a la primer pilar... empezaba a comprender por qué... se limitó a decirle que podía esperar a que saliera.

Ella bajó un centímetro sus lentes, y lo miró con esos ojos que hablaban del lobo bajo la piel del hermoso cordero; después sacó su lengua para dar un bocado a su comida con un movimiento que le sacudió la espina dorsal a Eric (era hombre y no estaba ciego); para luego darle una sonrisa triunfante por su logro.

-No...-. Respondió volviéndose a acomodar.

Él no lo sabía, pero había dos motivos por los cuales no le podía permitir el acceso. El primero, porque resultaba gratificante fastidiarlo de esa manera, aunque fuese tan inocentemente. El segundo, porque tanto Damon como Mika, estaban ejerciendo una especie de sello en el interior para evitar que el balance se rompiera con las almas que se cosechaban; así que técnicamente, ningún ser humano era capaz de estar cerca ya que tal energía lo volvería loco. Bueno, LeBlanc podía entrar porque no solo tenía un sello de protección que le había dejado el nefilim, sino que Luc también le estaba dando una especie de veneno para neutralizar los efectos producidos por las ondas negativas que emanaba del demonio; y el ángel mocoso también la protegía.

ALMA MIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora