CAPÍTULO XIX (parte 2)

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 Era extraño como a pesar del dolor que sentía, Violeta se encontraba a si misma avanzando sin vacilar.

Las lágrimas seguían contenidas en sus ojos, su corazón palpitaba en susurros lentos de agonía, y sus manos picaban a causa del deseo no cumplido de aferrarse a David. Pero no había ni un solo indicio de arrepentimiento en su mente que la hiciera querer retractarse de lo dicho y hecho.

Dolía, cielos dolía demasiado; pero era lo correcto por hacer.

Aferrada a tal idea, y con pasos seguros y planificados para no caerse por ir presa de sus emociones, la exorcista descendió las escaleras de regreso hasta el departamento de Gabriel, o mejor dicho, de Pandora.

Joel estaba sentado en el penúltimo escalón de las escaleras que coincidían con ese piso. Tenía la vista fija en la puerta de entrada, y los codos recargados en las rodillas; cuando sintió su presencia, se recorrió hacia un lado al tiempo que palmeaba el lugar para indicarle a la exorcista que se sentara.

-¿Qué pasó?-. Preguntó sin verla todavía. El vínculo que tenían le hacía notar su sufrimiento, pero no podía saber exactamente a que se debía, especialmente porque de alguna manera que seguro ella no entendía, los estaba bloqueando en esa parte...

Durante un largo minuto no hubo respuesta. Él no la presionó. En gran medida porque no la conocía lo suficiente para hacerlo, no sabía las circunstancias que la rodeaban más allá de lo que estos días le habían permitido; y francamente, lo que los inquisidores tenían en su historial, era una broma absurda contra la realidad.

Por otro lado, quería darle la oportunidad de que fuese ella quien depositara su confianza en él. Si bien pactaron tras vincularse de un modo poco convencional, que sería su mentor para controlar sus poderes... al menos tanto como pudiese ayudarla... tampoco podían ser dos desconocidos de por vida, cuando tenían la capacidad de sentir incluso lo que le pasaba al otro. Debían avanzar en su relación, pero debían hacerlo bajo sus términos o no podrían funcionar.

-Yo... siento que me estoy rompiendo. Día tras día todo lo que sabía sobre mí se vuelve una ilusión, y las personas que me rodean sufren las consecuencias de mi ignorancia. Creí que si seguía el ritmo de la marea, las cosas irían mejorando; que solo debía ajustarme a la situación para poder enfrentar lo que ocurre. Mantenerme firme. Pero no es suficiente...

-No-. El Sacerdote respondió sin reproche alguno en su voz. -Lo que te rodea es mucho más grande de lo que te imaginas. Necesitarás hacer algo más que solo ajustarte a la situación para sobrevivir...-. El tono neutral que usó, indicó cuan objetivo estaba siendo al respecto, a pesar de las circunstancias que los unieron

La postura de Violeta se tensó como una cuerda a punto de romperse por su declaración. No es que le hubiese molestado, pero la última palabra en particular, fue como las uñas contra el cristal a sus sentidos.

Estaba harta de ser el juguete del destino; y particularmente, de Leo. Si, de acuerdo, se parecía a alguien que él alguna vez amó y bla bla a saber cómo rayos terminaron las cosas; bien, esa no era su culpa, de hecho, nada tenía que ver porque a final de cuentas, la cosa no había sido con ella.

Aun así, allí estaban. Él queriendo matarla y haciendo su vida un infierno, mientras que ella tomaba lo ofrecido como su única opción, haciendo un ridículo esfuerzo por quedarse de pie en donde estaba. No más. Era hora de avanzar más allá de los límites autoimpuestos.

-Mi existencia entera se ha basado en perder para sobrevivir. A partir de ahora, ganaré para vivir...-. Su familia, sus amigos, incluso su amor se habían condenado; ya era suficiente. Recomponiendo su postura, y dejando que sus sentimientos se movieran a su gusto en su cuerpo, Violeta respiró profundamente. No iba a negar lo que sentía, no pretendía encerrarse de nuevo; esta vez, usaría todo para atacar y avanzar. -¿Qué averiguó del inquisidor que Mirza liberó?-. Preguntó ajustándose a la secuencia de los hechos

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