Violeta abrió la puerta que le conducía a la azotea del techo, notando que su mano presentaba un ligero temblor involuntario. Los nervios se la estaban comiendo viva, y aunque estaba haciendo un trabajo impresionante para ocultarlos, su cuerpo estaba a punto dejarlos correr en libertad.
Lo gracioso es que no se sentía así por lo que estaba a punto de pasar, sino por quién se suponía que le daría a Luc su nuevo título, y lo que podía significar su presencia en la tierra. Las implicaciones que sus neuronas insistían en maquinar como posibles futuros resultados, en un encuentro que podía ser de proporciones bíblicas.
-Parece que nadie ha llegado todavía...
El tercer pilar asomó la cabeza sobre su hombro, provocando que la exorcista diera un brinco a causa de la sorpresa, haciendo que por poco se fuera de boca directo al suelo. Afortunadamente recobró su balance gracias a la mano que tenía puesta en la puerta.
-¡Rayos! No hagas eso por favor...-. Suplicó tomando un profundo respiro para ver si así su corazón dejaba de brincar como loco, al tiempo que sus ojos hacían un recorrido por toda la zona. Derecha, izquierda, arriba, abajo... arriba de nuevo...
-Bueno, uno de los dos tiene que estar atento a lo que nos rodea...-. Comentó divertido pasándola para poder llegar al exterior
El viento se sacudió con más fuerza debido a la altitud, y las sombras que proyectaban los pequeños focos en la orilla del edificio, se movieron ondulantes hacia el semidemonio como si intentaran alcanzarlo. Últimamente eso pasaba más a menudo, su habilidad para camuflarse entre ellas estaba subiendo de nivel.
Permitiéndose unos instantes para fascinarse con dicho efecto, Violeta finalmente dio el paso que la dejó expuesta ante el manto de estrellas; esa noche la luna estaba oculta, pero la brisa de otoño parecía relajada y tranquila. Aunque eso no le ayudaba a sentirse de igual manera.
-Lo siento...-. Se disculpó por su falta de concentración, o al menos en el asunto que los llevaba a ese lugar. -Es que...-. Sus palabras se detuvieron de golpe
Como si la gravedad hubiese aumentado, el peso de su cuerpo se duplicó, mientras que cada simple molécula que la conformaba se puso en estado de alerta. No podía decir que sentía peligro, no había esa emoción que precedía a la liberación del instinto de supervivencia; no obstante, la paz que acariciaba sus terminaciones nerviosas, apartándolas de la voluntad de sus pensamientos, la hacía aferrarse con más ahínco a lo poco que ya sabía, a una verdad universal simple: el bien lucha contra el mal.
Su visitante era bien; pero ella conocía al mal.
-No necesitas estar preocupada exorcista...-. La voz parecía el canto de una sirena. Delicada y firme te atraía como un embrujo a su dueña. -Esta noche estoy aquí por tu pilar y por ti. Ninguna otra razón...
Entonces la vio.
Igual que el ocaso frente al mar, donde el cielo y la tierra se unen para abrazar al astro rey; la Arcángel Uriel parecía el sol frente a sus ojos. El color ébano de su piel, envuelto por la caricia de una tela azul que imitaba el movimiento de las olas contra el viento; y la oscuridad nocturna iluminada por una luz que se desprendía de su espalda, con tonalidades que iban desde rosas, naranjas, y rojos vibrantes.
Sus alas aun ocultas, manifestando el poder del fuego de Dios.
Con pasos elegantes y estilizados, ella avanzó tomándose su tiempo hasta el lugar donde Luc y Violeta se habían quedado petrificados. Su presencia no se podía comparar en nada con algo que hubiesen experimentado antes.