Leo no estaba seguro de si debía aplaudir o maldecir, o llorar o reír; y aunque esa debía ser la menor de sus preocupaciones en la larga lista que se acumulaba en su mente, por alguna extraña razón, en ese instante sentía que dependiendo de cuál opción tomará, estaría enviando la impresión correcta. Aun así... simplemente no podía decidirse, porque tampoco sabía muy bien que quería transmitir.
Estaba ¿Molesto? Si, bastante, sus planes tal vez no habían fallado del todo, pero técnicamente lo hicieron en su mayoría; y ahora le tomaría todavía más tiempo lograr sus objetivos. Estaba ¿Triste? Curiosamente, si se sentía bastante triste por él mismo y en especial por David; lo que había hecho era una reverenda estupidez, que le cobraría una alta factura. Pero también estaba ¿Feliz? Más, mucho más de lo que debería, porque Violeta seguía viva... lo que significaba que todavía había esperanzas.
Aunque era justo allí, en ese punto, donde se quedaba atrapado.
No tenía sentido. No se suponía que estuviera viva porque ya no era dueña de su alma, y no había hecho ningún sacrificio para la invocación, por lo que lo único que le quedaba por ofrecer era su vida, igual que habían hecho sus padres; sin embargo, su hermano tuvo razón al decir que la exorcista tenía algo más que su vida para ofrecer, y aunque en ese instante sospechó de que se trataba por las flechas que antes había lanzado David, simplemente era demasiado ridículo para creerlo como una verdad.
Amor.
La última descendiente de Salomón, le había ofrecido su amor a al demonio que había ayudado a forjar la leyenda ¿Cuán irónico podía ser eso? mejor aún ¿Cuán icónico?. Y él por supuesto lo había tomado, pero no porque solo un idiota no aceptaría el sentimiento más poderoso y destructivo de la creación para alimentarse; sino porque por imposible que pareciera, era una emoción correspondida y compartida. Cosa que quedaba más que en evidencia al verlos ahora... al enfrentar los ojos de Violeta, mientras que Asmodeo le susurraba con una dulzura que solo el verdadero cariño podía entonar en la voz, Alma Mía.
Entonces el tiempo para decidir terminó. La respuesta que la exorcista dio al llamado de su amante, desató el infierno.
El calor se cernió sobre el cuerpo del ángel cruel antes de que siquiera alcanzara la altura que sobrevolaba. El fuego que se levantó del suelo con la potencia de un rayo azul infinito, y sus alas se extendieron en una reacción natural al flujo de energía que sacudió la tierra, mientras que un sello de estrella se trazaba bajo sus pies, tratando de convocar una defensa a la maldad absoluta que formaba aquella ola; pero era un sello de solo 6 picos, y no parecía suficiente contra la fuerza devastadora que enfrentaba, en comparación con los círculos que respaldaban al de la súcubo, que poseían 8 puntas y se mantenían infranqueables.
Ese detalle pisó fuerte en sus pensamientos.
Sabía que las posibilidades a que "Damon" respetara o respaldara el poder de la exorcista eran elevadas, más que nada por la relación que tenían; sin embargo, el demonio nunca se había involucrado directamente en las peleas que ella enfrentaba; y además, resquicios de información que había revisado antes, cuando empezó a sospechar quién podía ser el sujeto en cuestión, hicieron acto de presencia en sus pensamientos en ese instante.
Según los registros que se tenían respecto al Rey, solo su círculo mágico había poseído ocho picos, mientras que el de sus descendientes tenía 6; por lo tanto, que el de Violeta hubiese evolucionado de esa manera justo ahora, y tomando en cuenta que sus pilares no eran exactamente prodigios en sus respectivas clases, hacía que sus dudas en cuanto a cómo afectaría que fuesen pareja en sus planes, comenzaran a dispararse en varios sentidos.