La llegada al hospital fue menos pesada de lo que Violeta esperó; los mismos que atendieron y trasladaron hasta las instalaciones, se ocuparon de todo el proceso para ingresar a Daniel, sin dejarlos solos en ningún instante; lo que la exorcista si notó, fue el cambio en sus nombres, y el bajo perfil que intentaron darles. No le molestó, al contrario, lo agradeció.
Cuando les asignaron una habitación, también entraron con ellos, y mientras el hombre revisaba absolutamente todo, la mujer les explicó que trazaría unas runas para protección en la puerta y paredes. Fue sincera asegurando que no sabía si serían suficiente para detener a un demonio poderoso, o un ángel, ya que jamás las había probado en algo semejante; pero al menos les daría la posibilidad de saber que alguien estaba intentando alcanzarlos, y eso ya tendría que ser ventaja.
No fue hasta que finalmente estuvieron solos, y que la última descendiente del rey entró al baño para intentar limpiarse un poco, que todo lo ocurrido la golpeó de lleno.
Ver su reflejo la hizo quedarse sin aliento. Las fuerzas que había mostrado en la batalla se desvanecieron de su cuerpo sin previo aviso, y las rodillas le fallaron de tal manera, que no fue capaz de sostener su peso por sí misma.
Su largo cabello había sido reducido a mechones que apenas y alcanzaban a rozar su cuello, su ropa estaba cubierta de la sangre de sus heridas, y su piel tenía un tono ceniza producto de la baja temperatura en su interior, por el miedo que estaba sosteniendo para mantener la cordura. Sus pilares todavía mantenían a raya la locura; pero no podía estar así para siempre, ya que si sus sentimientos eran la base de su poder, hacerse a sí misma una bomba de tiempo era una completa estupidez.
Así que dejó las lágrimas correr en medio de sollozos mientras volvía a la habitación. Ese dolor no era solo suyo para sentir, Daniel también había estado presente para ver esos recuerdos; su propia energía drenada en cada imagen desgarradora.
El Profeta inhaló profundamente cuando la vio salir en del baño en ese estado, pero no preguntó nada, lo único que hizo fue palmear a un lado suyo en la cama, al tiempo que se recorría para darle espacio suficiente a su hermana. Ella se tendió a su lado, y se aferró él como si su vida dependiera de ello. En ese momento se sentía literalmente de esa manera.
Pronto los lamentos se volvieron sonidos llenos de sufrimiento.
Ambos habían visto finalmente a sus padres. No en fotografías, o meros recuerdos borrosos de su mente, sino como algo real que caminaba y se movía frente a ellos. Su voz, su sonrisa, su manera de andar, su mirada, el amor que expresaban en cada aliento... era mucho más de lo que alguna vez pudieron esperar.
Pero el sueño pronto se convirtió en pesadilla, y la realidad de su muerte, un golpe imposible de superar.
Violeta siempre había pensado que todo era culpa de su edad, que su memoria infantil le había hecho imposible retener algo de la poca convivencia que tuvo con su familia; ahora finalmente comprendía era producto de un hechizo de su madre. Si lo había hecho para protegerlos o para evitar que sufrieran como lo hacían, lo cierto es que no tenía importancia; al final, ya todo estaba revelado.
Bueno, no todo de hecho.
Los misterios de su pasado parecían revelarse a cuenta gotas. Si lograban descubrir algo, entonces otras mil preguntas surgían de la misma respuesta; sencillamente no podían terminar de avanzar, y la telaraña que se tejía a su alrededor parecía solo expandirse más, en lugar de ser reducida.
Aun así, en ese instante no tenía cabeza para meditar al respecto. El dolor era tan fuerte que no podía pensar en otra cosa que no fuera en lo perdido; con cada latido de su corazón, su pecho se comprimía como si una mano invisible intentara aplastarlo desde dentro, su cuerpo temblaba sin control, y sus ojos a pesar de estar cerrados, seguían llorando como un río desbordado en medio de la tempestad.