CAPÍTULO XXIV (parte 4)

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Había cumplido su promesa.

Ese ser que había dejado su divinidad para vivir como la encarnación del pecado, que mataba sin piedad, que infundía terror con su andar, que plagaba el mundo con oscuridad y seducía almas para seguirlo, con el único propósito de torturarlas más tarde por diversión; no solo había respetado la promesa que le hizo de no volver a besarla hasta que ella se lo pidiera de nuevo, sino que se contradijo a sí mismo en cada instante a su lado.

Nunca, jamás, presumió sus hazañas para exigir recompensa. Fue paciente en esperarla, bondadoso para ayudarla, generoso al apoyarla, dejó su orgullo para inclinarse a sus pies para alentarla; y más que nada, soportó con estoico control que sus ojos siempre miraran en otra dirección, a pesar de que todo cuanto hacía era para ella.

Porque la amaba. Damon la amaba.

Así que cuando Violeta sintió su aliento sobre la piel, llamándola ya no Reina, como la coronó tiempo atrás, sino Alma Mía; en lugar de pedirle que la besara, simplemente se limitó a hacerlo por su cuenta, tomando su rostro entre sus manos con un agarre firme que carecía de delicadeza, pero que denotaba la exigencia que la poseía. No solo porque quisiera o lo necesitara, sino porque tenía que hacerlo para poder seguir respirando... para vivir luego de darse cuenta que murió de solo pensar que podía perderlo.

El contacto entre sus labios no tuvo nada parecido a aquel primero que el demonio robó, como un juego de poder entre la eterna lucha del cielo e infierno... pero sin saber que él era el juguete del destino.

Este beso en cambio fue despiadado, porque así de natural como podía ser el acto, lo tomó todo de ellos. Pero como se lo entregaron todo el uno al otro, fue también benévolo en su máximo esplendor.

La piel de Damon era fuego condensado contra los labios de Violeta. La furia ardiente de su existencia exhalada en cada poro de su piel, con su verdadera forma revelada, haciendo que se sintiera como si estuviera intentando conquistar al sol...Pero ella no retrocedió ni un solo milímetro.

La exorcista se fundió en el sentimiento envolviéndose en su calor, dejando que la maldad que lo forjó recorriera su cuerpo como ácido que intentaba destruirla; sin embargo, mientras su propia existencia se mezclaba lo suficiente en los horrores del averno, cada latido de su corazón expandía el alcance al núcleo celestial del cual el caído nació.

La oscuridad se envolvía como neblina alrededor de aquella luz fragmentada, que centellaba apuntando en su dirección mostrándole el camino a seguir para encontrarlo. Él quería que lo viera completo, no solo las partes que lo definían entre los distintos planos. Lo que fue, lo que era, lo que sería. Entero y sin reservas.

La decadencia era una cosa viscosa y viva que habitaba dentro del demonio. Libertinaje, muerte, tentaciones y crueldad. No obstante, la luz que lo creo todavía titilaba en tales profundidades, y Violeta lo sintió a través de cada movimiento de sus labios, como el diluvio que humedece los áridos desiertos.

Su boca cantaba la canción de la lluvia. Infinitos roces que se sentían como gotas caídas del cielo cubrían cada pedazo de su piel, propiciando cambios drásticos en el flujo constante del universo; mientras sus manos presionaban caricias en su espalda que volvieron el espacio que los separaba inexistente, y la ropa una delgada barrera que parecía rogar por ser borrada. Cada toque un lengüetazo de llamas a los sentidos de su cuerpo, pero no lo suficiente para quemar, para arder a la par que el deseo en Violeta.

Sabía que el mundo se estaba derrumbando bajo sus pies... literalmente... pero ella era egoísta y quería más, mucho más de él; porque había estado sobreviviendo todo este tiempo, y ahora en sus brazos por fin vivía. Así que quería saborear cada contacto, degustarlo con cada resquicio de su cordura y locura, consumirlo hasta que solo fuesen uno y no dos, ciegamente a través de la cadencia de sus labios.

ALMA MIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora