CAPÍTULO XXI (parte 4)

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Joel le dio un trago a la taza de café, y luego volvió a mirar a su alrededor con gesto pensativo, mientras por orden suya, unas mariposas transparentes serpenteaban juguetonas entre las personas que los rodeaban, como brisa cálida casi imperceptible, borrando el rastro de la vampiresa.

Él y Pandora estaban sentados en el restaurante del hotel donde se habían estado hospedando desde la noche anterior en su llegada a Nápoles. Uno de los pocos lugares que el Sacerdote sabía eran totalmente ajeno a los mandos de ambas organizaciones, y que se suponía (hasta ahora parecía que sí) era meramente turístico. No había sellos en él, ni de protección ni para alarmas, y tanto sus dueños como sus trabajadores eran personas completamente normales, porque debía existir el balance en todo. Era la regla universal.

Por supuesto, eso no lo volvía más seguro.

Contrario a lo bueno que podía parecer que el sitio fuese neutral, la situación en general causaba una constante vigilancia dentro de los límites establecidos, para que se mantuviera de esta forma. Lo que le volvía una trampa en sí mismo al atraer todas las miradas. No obstante, tanto Eric como Joel, creyeron que al ser tan riesgoso, era un plus para ayudarlos en su tarea de pasar de incógnitos, pues solo unos locos o idiotas... o ambos... lo usarían para ocultarse en él. En lo particular, ellos preferían pensar que eran increíblemente listos.

Entonces, lo difícil no fue entrar, sino salir. Y esa era justo la razón por la cual el cuarto pilar y la vampiresa se encontraban varados tomando un café, esperando por el momento adecuado. Aunque eso no significaba que no hubiesen empezado ya a mover ciertos hilos para encontrar información, al tiempo que Morgan, Daniel y Mika, veían si localizaban a Carlos Montes antes de que él se enterara de su presencia, o la manera de trasladarse hasta Roma sin alterar a nadie.

-Pareces muy tranquila...-. El Sacerdote se quedó viendo hacia la ventana

Tanto él, como Daniel y el detective podían camuflarse sin problemas entre los humanos, porque eran humanos. En cuanto a Mika, con la cantidad de energía que había gastado, el sello que tenía en su verdadero nombre, sin contar que era un ser divino y normalmente los exorcistas no se enfocaban en este tipo de esencias, dudaban que tuviesen un problema.

Sin embargo, la primer vampiro de la historia era un asunto completamente diferente, razón por la cual no habían llegado directamente a Roma. Aunque él no se refería a eso.

Después de que recuperarán la daga con el alma de Gabriel, ella parecía estar en trance. Fuera de sí, y completamente sumergida en su dolor, luego de unos días de estar encerrada en su departamento y de contarle al Profeta lo ocurrido, volvió a vigilarlo como según decía era su deber (uno impuesto por la mismísima emperatriz del infierno); pero manteniendo una distancia que les indicaba su deseo por estar sola.

No obstante, allí, esperando para ver cuál sería su siguiente movimiento... si es que lograban hacer uno, su semblante era una máscara de calma; y él estaba seguro que era ese tipo de calma que suele preceder la tormenta.

-¿Tienes miedo?-. Tras un par de segundos, la voz delicada salió de sus labios en un tono informal que podía adjudicarse a un mayor hablando con un menor. La realidad no distaba del supuesto

El Padre dejó de lado la gente que pasaba por la ventana, y se centró en ella. Parecía tan delicada, y su hermosura tan elegante, que no dudaba porque había logrado captar incluso la atención de los mismos ángeles.

-No...-. Contestó sin duda. Le dolió pensar que su belleza había sido su maldición, por lo que sus facciones se suavizaron involuntariamente; un gesto que no fue desapercibido por su acompañante

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