Pandora observó marcharse a Violeta con cierto recelo.
Estaban en medio de una trampa, en un lugar donde el poder de los Serafines estaba siendo amplificado a modo que cualquiera pudiese ver lo que ellos habían visto; en un plano donde las distancias no estaban apegadas a la realidad; y en donde en cualquier momento el enemigo se haría presente...Separarse no era exactamente muy inteligente de su parte.
No obstante, la vampiresa sabía que si alguien podía alcanzar y neutralizar la fuerza de un Profeta, esa era una descendiente de Salomón. Si bien un exorcista original no tenía poder para lastimar un humano, al menos si poseía la capacidad para contrarrestar cualquier efecto divino o infernal; por lo tanto, eso debía ser suficiente para sacar a Daniel del aprieto en el que estaba metido, ya que mirando la magnitud de sus visiones, no pasaría mucho tiempo antes de que su energía fuera plenamente consumida.
Así que sacudiendo de su mente lo que no era importante, Pandora dejó que sus sentidos se liberaran.
Sus ojos podían ver a través de la visión la realidad, pero, era demasiado sutil. Solo una leve sombra de donde era el punto de partida para las extrañas memorias que le rodeaban; podía escuchar más claramente los lentos latidos del corazón, el pulso cual tambor bombeando a través de venas, el olor de la podredumbre revestido de vida a punto de extinguirse. Y eso era suficiente para que ella pudiese encontrar un camino, no en dirección a los hermanos Cábala (que esperaba ya estuvieran juntos), sino hacia la muerte que les rondaba, y que le era malditamente familiar.
Sabía que había muchos demonios capaces de utilizar a los espíritus impuros, lo aprendió a lo largo de su existencia, y francamente, la primera vez que experimentó ese tipo de poder, se había descontrolado por completo en medio de su furia. Sin embargo, esto se sentía diferente.
No podía decir exactamente qué le hacía tan insoportable, no había sido quien era ahora cuando conoció a la verdadera dueña su venganza; pero todo en su interior se estaba agitando en respuesta a lo que sentía, y no le gustaba, especialmente porque últimamente ciertas cosas estaban saliendo de su sitio. Uno particular, con apariencia de mocoso.
Si Mika pensaba que no se había dado cuenta del intenso escrutinio al que la sometía, encima de la ilógica vigilancia que le tenía, entonces no era tan listo ni tan viejo como presumía; y aunque sinceramente tenía una curiosidad delirante por tal modo de actuar, también estaba sombríamente interesada en saber quién se ocultaba tras la infantil máscara. Si bien había superado su odio irracional hacia los ángeles en general, hubo algunos de posición importante con los cuales tuvo tratos que prefería no repetir... y Mika parecía... pero no podía ser posible...
Aunque este sutil cambio bien podía ser solo un efecto colateral de las acciones del principal antagonista conocido. Leo. Ella todavía no tenía el placer de conocerlo personalmente, pero si las acciones que se le atribuían eran reales, entonces eso explicaba por qué ella reaccionaba tan melancólica ante sus poderes. Eran una copia mejorada de aquellos se llevaron su vida mortal...
Y así, un paso a la vez, cual cazador tras su presa en un mundo de fantasía, la vampiresa continuo su avance intentando comprender su reacción, hasta que finalmente encontró lo que buscaba.
Eran como figuras profanas en medio de la divinidad. Ocho cuerpos caminaban en un ritmo antinatural en medio de las idílicas memorias, volviendo humo a aquellas que alcanzaban, y dejando un rastro fétido que encajaba perfectamente con el escenario de fondo. La nariz de Pandora se arrugó como medida de protección, y sus ojos se entrecerraron para lograr captar mejor lo que enfrentaba; no fue hasta que acortó otros cuantos pasos la distancia, que su cordura se sacudió.