La última clase había terminado hacía cinco minutos, y Violeta observaba lo sucios que estaban sus converse, mientras que su profesor le decía que si seguía al ritmo que iba, probablemente no lograría acreditar la materia. Como si la "charla" que le había dado el director esa tarde no hubiese sido suficiente. Como si lo que iba a hacer más tarde no le provocará la cantidad adecuada de nervios.
Por supuesto, todos estaban muy asombrados del drástico cambio en sus notas, pues de ser una estudiante buena, se había desplomado hasta lo más bajo manteniéndose a flote solo por milagros obrados por sus amigos. A ella le hubiera gustado gritarles que no era su culpa, que su vida se había vuelto un caos, y que el único responsable de todo era un ángel cruel totalmente desquiciado; pero tuvo que morderse la lengua, no solo porque a la que hubieran creído desquiciada era a ella, sino porque Daniel estaba en la misma situación, y seguía siendo el chico modelo. Lo habría envidiado y odiado sino lo amara tanto.
Cual fuera el caso, ahora asumía su culpa con vergüenza, y una firme convicción de lavar sus zapatos antes de irse de viaje... probablemente tendría que llevar otros...
-Oh, por favor no sea muy duro con ella...-. El ronroneo sensual llegó desde la puerta, y la exorcista notó el exacto momento en el hombre frente a ella se transformó de una figura de autoridad, a un flan listo para ser devorado. -Últimamente está sometida a mucha presión...
La mano de Mirza descendió con una suavidad pasmosa a lo largo del brazo de la exorcista, antes de que la otra se posara en un movimiento decadente sobre su hombro; luego sintió sus dedos acariciar de manera juguetona su mejilla, al tiempo que su cuerpo se le pegaba para poner su cabeza encima de la de ella.
El ambiente a su alrededor cambió drásticamente. De manera extraña, aunque familiar para Violeta. La sensualidad prácticamente chispeaba en el aire como pequeñas partículas que electrificaban los sentidos; algo denso que se metía por los poros de la piel, y te sacudía los nervios a fuego lento.
Por un instante, quiso pedirle a su primer pilar que se detuviera, que dejara de tentar a ese incauto que no podía ver más allá de esa belleza decadente, y que probablemente con un mínimo aliento a sus deseos le vendería su alma. Pero no podía hacerlo, pues sabía, con dolorosa aceptación, que eso sería una ofensa a la misma naturaleza, tanto como intentar volver a un león vegetariano. Así que se contuvo.
-Dis...disculpe...-. El hombre tartamudeaba cómo si su lengua no pudiera coordinarse con su cerebro. -¿Quién es usted?-. Preguntó con la respiración tan agitada como si hubiese corrido una maratón
Mirza amplió aún más su sonrisa; y así, de un solo golpe, en una fracción de segundo todo se disipó. La lujuria y la seducción se desvanecieron como si la corrupción nunca hubiese sido parte del menú de esa noche.
-Solo una conocida. Lamento mucho la interrupción...-. Explicó con una educación desbordante de coquetería sencilla. -Pero es viernes por la noche, y las clases han terminado ya ¿Le importaría mucho si me la llevo?-. Un aleteo de pestañas que jamás podría alcanzar la inocencia, pero que sí podía hacer a reyes suplicar
Tanto Violeta como su maestro parpadeaban confundidos. Así de fácil, así de simple, todo estaba de nuevo en una clama neutral que movía la balanza de un lado a otro.
Al pobre le tomó poco más de un minuto ser capaz de volver a articular palabras; afortunadamente esta vez sus neuronas ya habían reconectado sus cables, y su lengua solo reprodujo lo que estás pensaron sería adecuado para la ocasión.
-De acuerdo...-. Espetó apartando la mirada de la hermosa mujer, para centrarse en su alumna. -Procure retomar el camino señorita Cábala. Use a su hermano como ejemplo...-. Fue lo último que dijo, dirigiéndose a la salida con pasos tan vacilantes como los de un potrillo recién nacido