Era cerca de la una de la madrugada cuando Violeta se levantó a vomitar. Su estómago simplemente se negaba a estarse quieto, mientras que sus pulmones habían decidido mantener un ritmo frenético imposible de disminuir.
Había pasado toda la tarde de esa manera, y aparentemente, la noche pintaba para ser igual. No estaba alterada, y la verdad, su labor para manejar sus emociones evitando catástrofes era digna de admirarse; pero era imposible estar del todo tranquila con la cantidad de cosas que estaban pasando. Encabezando la lista lo que le había hecho al inquisidor.
Ella no nació como un monstruo, pero se estaba convirtiendo en uno; y sería el mejor... solo que más adelante, porque ahora, sus remordimientos eran un sentimiento visceral que se negaba a darle tregua.
Además, tampoco podía olvidarse de David.
Por una parte, tenía al menos la certeza de que debía encontrarse bien, ya que se había tomado la molestia de avisar en su "trabajo" que no llegaría; sin embargo, cuando su hermano le dijo horas atrás, que de nuevo había avisado que no iría a dar clases, le fue imposible no pensar en el momento exacto en que vendió su alma a Damon. Lo había hecho simbólicamente, lo cual estaba segura en cierta forma era peor... peor para el mundo, para aquellos que llegaran a saberlo, ya que estaba confiando en un demonio; pero para ella había sido casi una necesidad hacerlo, porque no encontró otra manera de enfrentar la oscuridad.
Aunque dudaba mucho que David lo viera de esa forma, si es que por una muy mala casualidad del destino, llegó a verlos.
La sola idea hizo que su garganta se cerrara, contrastando las náuseas que tenía. Violeta se mojó las manos con agua tibia, y se enjuago de la cara el sudor helado que le mandaba escalofríos por todo el cuerpo. Si seguía con ese ritmo, pronto caería enferma.
Por supuesto, también era consciente de que ese era el motivo más banal e infantil de todos para estar preocupada. El mundo podía estar a punto de entrar en una guerra apocalíptica, así que por irónico que sonara, dado que todo parecía realmente girar a su alrededor, no todo lo que le ocurría a David, dependía de lo que ella hiciera o dejara de hacer.
Aun así...
Desesperada por la incertidumbre, salió del baño, pasó de largo su cama, se encaminó directo hasta la ventana, que ahora en su mayoría del tiempo se mantenía cerrada, y la abrió con un pulso de esperanza susurrando el nombre que ocupaba sus pensamientos. Quería verlo. Quería saber que estaba bien, que estaban bien, antes de que todo se rompiera en pedazos; porque incluso si lo que sentía no podía ser tangible para nadie, no significaba que no existiera.
Y como si hubiese estado esperando por su llamado, el destello de plata apareció al instante; con alas extendidas que reflejaban la luz de la luna, y ojos que evocaban el cielo inmortal. Impresionante no habría sido suficiente para describirlo.
-Estas aquí...-. Dijo sorprendida. -Estas bien...-. La confirmación a su plegaria. Había sido egoísta, pero su deseo fue concedido... era cierto lo que había dicho Damon, ella seguía siendo querida en el cielo...
El ángel observó con especial atención a la exorcista. No era la primera vez que lo hacía, en realidad siempre estaba atento a ella; no obstante, esta noche era diferente. Ahora sabía la criatura que poseía su alma, el verdadero nombre del demonio que pagaría la recompensa a su hermano si ella moría, quién la tendría por la eternidad; y el pánico vibró a través de su cuerpo, acrecentando su impulso de protección.
-Hola...-. No supo que más decir. Sus dedos quemaban por alcanzarla, sus pensamientos lo incitaban a hablar; pero la verdad sometía cada uno de sus deseos... -Estuve ocupado, lamento mucho haberte preocupado...