CAPÍTULO 34. Segundas oportunidades

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-Señor, le juramos que no tenemos el cuerpo. La policía es quien tiene a su hija. Lo prometemos. Baje el arma, por favor- dijo Emma aproximándose hacia su amiga Lucy para poder protegerla.

-¿Sabéis qué?, me habéis cansado. Fred, Doland. Llevaos a estos jóvenes al sótano y aseguraos de que no se les escuche ni una sola sílaba.

Los guardas apresaron a los chicos con gran fuerza y obligándoles a descender las escaleras mientras pataleaban, sus defensas no fueron suficientes para librarse de ellos.
De nuevo, secuestrados.

Pero para sorpresa de todos, no eran los únicos que estaban allí apresados en las sombras. En plena oscuridad pudieron reconocer una figura conocida para los chicos. Era Jake.

-¿Jake?- preguntó Curtis antes de que uno de los hombres le pegase un trozo de celo la boca para no poder hablar.

-¡Traidor de mierd...!-Emma no pudo finalizar la frase al ser abofeteada violentamente por el otro guardaespaldas.

-¡Basta, no!- exclamó Lucy mientras la cegaban con una tela gruesa que cubría todo su rostro.

Reencuentro de "amigos", podría decirse. Aunque no fue una reunión de lo más agradable para ninguno de ellos.

                                      • • •

Durante horas estuvieron en silencio bajo la lúgubre oscuridad del sótano. Ni un murmullo, ni un susurro. Absolutamente nada. Desanimados, desilusionados. Habían perdido la fé y las ganas de poder ponerle fin a todo aquello. Sin embargo, Emma llevaba horas intentando expulsarse de la boca aquel calcetín que la hizo callar por bastante tiempo. Y al final lo logró.

-Dios, que asco de prenda.

La voz de la joven fue un aliento de esperanza para sus amigos, quienes comenzaron a agitarse para intentar desatarse manos y pies.

-No lo intentéis, aunque lograseis deshaceros de las ataduras, no podréis escapar- intervino Jake entre balbuceos.

-No eres el más indicado para hablar, así que cállate.

-Sé que no lo comprendes, tampoco intento que lo hagas. Simplemente soy realista. Si queremos huir de aquí debemos hacerlo todos juntos.

-¿Y por qué deberíamos ayudarte?.

-Porque he sido traicionado por mi propio padre y por su culpa ahora la persona que más quería en este mundo está muerta- concluyó derramando unas cuantas lágrimas.

-¡Qué está pasando aquí!. ¡Dije que nada de ruido!- el guardaespaldas irrumpió en el sótano propinando con una porra golpes en la espalda de Emma. -¡¿Prometes callarte de una vez, idiota?!- gritó durante minutos hasta dejarla abarrotada de múltiples heridas en el cuerpo.

Una vez se marchó el guarda, Jake se arrastró por el suelo hasta acercarse a ella. Aproximó su mano maniatada a las de la joven y las aferró con fuerza.

-Nada ha cambiado nunca respecto a ti, tonta.

Y aunque no debía sentir algo parecido, notó como su corazón dio un vuelco en su interior. Se percató de que a pesar del tiempo o de lo sucedido, sentía cosas por él que no se podían negar. Aquel idiota, en mayúsculas, le había robado su inocente corazón.

-Jake, usa tu elemento...- respondió Emma con dificultad.- Usa tu elemento para quemar tus cuerdas y hacer arder el sótano.

-¿Qué tontería dices?, ¡saldremos ardiendo los primeros!.

-No con mi poder.

                                      • • •

-¡Señor!, ¡señor Fitzgerald!. El sótano está en llamas y el fuego ha alcanzado el primer nivel de la casa. ¡Debemos irnos!- indicó apresurado el guardia.

-¡Y los rehenes, dónde están!.

-Probablemente estén bajo cenizas, señor. Vamos, nos tenemos que ir.

Los jóvenes golpearon una de las puertas traseras de la habitación sin saber con seguridad a dónde les conduciría. Por algún motivo, el tóxico humo iba acompañado de un olor bastante desagradable. Un olor muy fuerte. Y cuando abrieron la puerta descubrieron el motivo.

Fitzgerald guardaba en su lujoso duplex un cuarto reservado exclusivamente para apilar los cuerpos sin vida de todas sus víctimas. Entre ellos estaba la Directora Rochesstter. Era todo un asesino. Los jóvenes taparon con sus manos la boca y nariz para no aspirar el aire que impregnaba la casa y rompiendo una de las ventanas, saltaron a través de esta y se precipitaron dentro del coche.

-¡Vamos Sullivan, acelera!. ¡Acelera!.

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