Prefacio: Matanza

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¿Cómo te sentirías si te enteraras de que tu padre es el culpable de todo el desastre mundial? Decepcionada, aterrada, perdida... Esa era la palabra. Estaba perdida en un mundo en ruinas.

Antes, no tenía idea de cómo se sentía perder a alguien. Hacía caso omiso a la noción de la muerte y tampoco creía en el fin del mundo. Cuando aparecía una noticia como esa, simplemente la ignoraba, pues ese «fin» jamás llegaba. ¡Argh, pero qué equivocada estaba...! No puedo decir lo mismo ahora que el vaso rebalsó.

El dolor de una pérdida es incomparable. Es como si te arrancaran el alma de a pedacitos, uno por uno, hasta que quedes destrozada, débil.

Me tocó experimentar que una parte de mi vida se esfumara, así como si nada, como si fuera humo. Y, aunque logré aceptarlo, no podría superarlo nunca. Mis padres estaban muertos, y todo por la culpa de papá. Loco, ¿no? Pero todo tiene una explicación, y, por más que duela, es la verdad.

Se llamaba Elton Blandenwell. Era un científico exitoso, tan inteligente como ambicioso. Había ganado muchos premios a lo largo de su carrera, pero, cuando recibió el último, algo cambió dentro de él. Se volvió imparable, se le ocurrió una idea y no se detuvo hasta hacerla realidad. Se encerraba en su oficina y no salía por horas, e incluso días. Iba y venía de casa al laboratorio y viceversa. Quizá por eso no tengo recuerdos de mi niñez con él; en esa época, solo vivía para el trabajo.

Se obsesionó tanto con su experimento que hasta consiguió el apoyo legal y financiero del gobierno, aun cuando no les había expuesto todo el procedimiento. En ese entonces no comprendía mucho sobre el tema, era pequeña como para tener noción de la gravedad del asunto, por lo que lo hice muchos años después, casi al mismo tiempo en el que se desató todo.

Mi padre estaba creando algo grande, algo que estaba seguro de que beneficiaría a muchas personas. Los había llamado H. A. V, las iniciales de Humano Alterado Válido. No lo comprendía, y aún sigo sin entender cómo pudo hacerlo. La simple idea de que estuviera experimentando con humanos me provocaba repulsión.

Pero así era. Algunos eran exconvictos, prisioneros con cadena perpetua o con pena de muerte y gente con enfermedades incurables. En resumen, personas que habían perdido la fe en la vida. Supongo que quiso reivindicarlos de alguna forma.

Finalmente, en el año 2020, todo se echó a perder. Sus experimentos se salieron de control y tomaron el laboratorio por la fuerza. Luego, fue la ciudad. Destruyeron todo y a todos a su paso, mataron a personas inocentes sin piedad y redujeron mi hogar a escombros. Todo lo que había conocido había desaparecido en un santiamén. Una guerra había estallado en la tierra entera y no me había tenido tiempo para prepararme.

Llevo dos años atrapada aquí. La supervivencia se volvió mi única preocupación. Me dediqué a vagar por las calles deshabitadas de la que un día fue mi ciudad, mi hogar. Mis sentidos se desarrollaron por completo: la vista, el oído..., todo. Aprendí a luchar, a utilizar armas tales como el arco y flecha, cuchillos y pistolas, incluso blandí una espada. También aprendí a controlar mi cuerpo, de forma que podía moverme en completo silencio y no ser detectada por ellos. Me convertí en un arma, empecé a aniquilar a cuanto H. A. V me topara. Quería venganza por lo que le habían hecho a mi familia.

Pero seguía siendo humana, con una falla particular: la inquietante característica de que mis ojos cambiaban de color de acuerdo a mis emociones. No había explicación lógica y no me interesaba encontrarla. Había vivido toda mi vida con eso y lo tenía bajo control. Era mi secreto mejor guardado, uno que había sido expuesto hacía menos de un año, concretamente el día que mi mamá murió.

Desde entonces, los H. A. V. buscan a la chica de ojos anormales, demás está decir que se obsesionaron con ella, es decir conmigo, sin embargo, desconocía la razón y tenía el horrible presentimiento de que algo estaban tramando, sin saber el qué.

Hasta ahora.

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1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora