16 de diciembre de 2022
Tessa
Llevaba horas en la misma posición y sentía los glúteos agarrotados, al igual que todos los músculos de mi cuerpo. Las hojas con la información que Blancher me había compartido estaban esparcidas entre mis piernas, y había unas pocas más en el suelo.
El doctor Blancher había traído las carpetas en cuanto Alex se había marchado hacia la base y le pedí encarecidamente que nadie entrara hasta que finalizara con mi tarea, ya que necesitaba concentrarme al cien por ciento. Cualquier avance que encontrara era vital para curar a todos los humanos genéticamente alterados, los que no tenían idea en lo que se habían convertido y los que querían escapar de las garras de mi padre. Todos, excepto C.
Abrí la décima carpeta de cartón del día, descubriendo en primera plana a los que, esperaba, seguían vivos: Iriana y Matthew. Me fijé en las fechas, y comprobé que sus transformaciones habían sucedido dos años luego de la mía. Debían de tener siete años recién cumplidos cuando les habían inyectado aquel suero, con la promesa de que destruiría sus tumores.
Mi corazón dio un vuelco, al recordar que además había asesinado a los otros. En cierta forma, me sentía culpable, porque no había podido salvarlos. Una idea fugaz cruzó por mi mente. Si Ray estuviera allí, sentado a mi lado, me habría abrazado y me habría dicho que no tenía por qué sentirme así, dado que yo no había sido consciente de su existencia hasta hacía poco.
Elton Blandenwell estaba lleno de secretos y misterios, unos que yo estaba empeñada en descubrir a como diera lugar, mucho más si eso me concernía a mí y a los últimos capaces de dar vuelta su asqueroso y macabro plan.
Ni siquiera me di cuenta de que estaban tocando a la puerta de lo enfrascada que me encontraba en la lectura.
Recogí las carpetas a toda velocidad y las tiré debajo de la camilla, procurando que pasaran inadvertidas. Con un gemido de dolor, me bajé y pateé el resto de las hojas junto a las demás. Desbloqueé el cerrojo y descubrí a mi novio, con el ceño brutalmente fruncido y el puño levantado, listo para seguir golpeando.
―¿Qué rayos estabas haciendo? ―preguntó, molesto. Abrí la boca para responder, pero se me adelantó―. Nunca he visto que en el hospital cerraran la puerta con seguro. ¿Qué me estás escondiendo, Tess?
―Nada, amor ―dije, esbozando una sonrisa y caminando para rodearle el torso―. Simplemente quería un momento a solas. Ya sabes, con todas las enfermeras entrando y saliendo no puedo estar muy tranquila que digamos.
Su pecho se alzó y descendió, retomando el ritmo pausado que tanto me adormecía. Me devolvió el abrazo con delicadeza, sosteniéndome con firmeza en mi lugar para que no me cayera.
―Eres muy terca ―me susurró, rozando nuestros labios. Me colocó un mechón detrás de la oreja y pegué un gritito cuando mis pies se despegaron del suelo―. Deberías estar en la cama.
―Mi culo me exige un descanso de esa cosa, ¿crees que podrías mantenerme parada?
Sus ojos chispearon con las primeras dos palabras, pero luego entendió, sorprendentemente, y volvió a colocarme sobre mis pies. Adopté una postura recta, en la cual la piel de mi estómago no se tensase hasta el punto de la incomodidad. Levanté la cabeza, y posé mis labios suavemente en su barbilla.
―¿Dónde estabas? Te extrañé.
Me dedicó una media sonrisa y agachó la cabeza para atrapar mi boca en un beso lento, que duró demasiado poco para mi gusto.
―Aumenté la vigilancia en el muro. Hay soldados custodiando el perímetro, quedamos muy pocos en la base.
―¿Kara y Carter?
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1. La extraña ©
Science FictionAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...