Día 1

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20 de septiembre de 2020

Tessa

Estaba muerta de miedo. Una sensación helada me recorría de pies a cabeza, mis huesos estaban tiesos, no podía moverme. Mamá me gritaba mientras sus ojos color miel buscaban mi mirada desesperadamente. Decía que reaccionara, que teníamos que salir de ahí cuanto antes, pero yo solo podía ver la atroz escena que se desataba detrás de ella.

Mil criaturas corrían por las calles, eran más rápidos que el viento; apenas veías un borrón pasar y ya estabas muerto. Había visto cómo uno de ellos metía la mano en el pecho de mi vecino y le arrancaba el corazón. Era una imagen que jamás olvidaría. Ese monstruo, porque no tiene otro nombre, no tuvo piedad ni motivos, simplemente le arrebató la vida.

―¡Tessa! ―Mamá me zarandeaba por los hombros, visiblemente aterrada―. ¡Despierta, tenemos que correr!

Algo hizo clic en mi interior. Asentí repetidas veces con la cabeza y me aferré a su mano con fuerza. Papá estaba intentando contactarse con el laboratorio, pero no podía. Las líneas de comunicaciones habían sido interferidas. Tiró el aparato al suelo y se acercó al llavero de madera que colgaba de la pared de la cocina. Tomó un manojo de llaves y corrimos hacia la salida trasera, justo antes de que la entrada y todo el frente de la casa cayera hecho pedazos.

Grité, cuando el techo comenzó a derrumbarse detrás de nosotros. El último pedazo de concreto casi me aplastó, pero mamá tironeó de mí. El corazón me latía frenético en el pecho, no podía respirar correctamente, lo único que escuchaba eran los gritos de la gente pidiendo ayuda, suplicando piedad. Pero sus ruegos no eran escuchados. Podía oír como todo explotaba, los edificios se derrumbaban uno tras otro, y el sonido de las ventanas estallando se alzaba sobre nuestras cabezas. Era un caos.

Papá nos guio hacia la arboleda artificial que había detrás de la casa. Anduvimos un largo trecho, mirando constantemente hacia atrás para asegurarnos de que nada nos seguía. Unos minutos después, llegamos a un descampado. Allí el pasto era virgen y la tierra se levantaba al arrastrar nuestros pies. De reojo vi como papá golpeaba el árbol más cercano y aparecía un teclado electrónico. Introdujo una contraseña de cinco dígitos que no alcancé a ver y un agujero se abrió en el piso.

Confundida, lo miré, notando sus ojos anegados en lágrimas, al igual que en los de mamá.

―Entren, ya ―nos ordenó―. Deben salvarse, por favor.

―Elton...―sollozó mi madre. Él acunó su rostro con su palma y le susurró algo que no pude escuchar―. La cuidaré. Regresa, amor ―agregó, obteniendo una débil sonrisa como respuesta. Mamá me obligó a descender por el oscuro pozo sin soltarme, y luego la escotilla se cerró. Esa fue la última vez que vi a papá. No entendía por qué no se había quedado con nosotras, si era el más buscado por todos, él había sido el culpable, quien había creado a esas bestias. Lo supe en el momento en que vio las noticias y se agarró la cabeza, maldiciendo y soltando toda clase de improperios. Era ilógico que quisiera entregarse ahora.

―Papá... ―murmuré, sin creerlo todavía―. Mamá, ¿por qué no bajó con nosotras?

Ella negó con la cabeza y se secó las mejillas con una mezcla de furia, decepción y tristeza. Me hizo una señal para que avanzáramos por el pasadizo. Olía a suciedad y a metal; lo que significaba que llevaba aquí mucho tiempo. ¿Quería decir que papá sabía que esto iba a suceder? Estaba desconcertada, nada me parecía real. Sentía que todo era una horrible pesadilla, de la cual despertaría, rodeada por todas mis pertenencias, y mamá estaría allí para consolarme y abrazarme.

Pero eso no sucedería. Aquello en verdad estaba pasando.

―Ven, hija.

Doblamos a la derecha y nos encontramos con una gran puerta de metal, la cual poseía una manivela enorme que giramos entre las dos. Se abrió con un chirrido agudo y nos mostró el interior de lo que parecía ser una casa pequeña.

―Mierda, Elton. ―susurró mi madre.

No cabía dudas de que había sido planeado, con todas las letras de la palabra.

En el centro, había un sillón mediano color café, parecido al que teníamos en casa, mientras que a la izquierda se encontraba una mesa junto a una pequeña cocina. Había gas, agua y televisión por cable y la alacena guardaba la suficiente comida enlatada como para sobrevivir unos meses. Miré a mi alrededor desconcertada, percatándome de que, apartado del resto, había una cama matrimonial y un baúl. De inmediato, me acerqué a este último y lo que encontré me dejó helada.

Con los ojos como platos observé dos fusiles largos, cuatro pistolas pequeñas y un arco de madera, debajo de las cuales había cajas y más cajas de cartuchos, así como también varias flechas. ¿Qué era esto? Tenía tantas preguntas..., pero nadie que pudiera responderlas. Papá seguramente estaba muerto ya, y mi madre era lo único que me quedaba.

Mientras yo revisaba el armamento que mi padre había dejado en aquel escondite subterráneo, ella había encontrado una caja con ropa. Ropa femenina, especialmente para nosotras. Eso terminó de aclarar nuestras dudas: su plan nunca había sido quedarse.

―Estamos a salvo aquí. ―dijo con pesar.

«Sí, lo estábamos; por ahora», pensé.

«Sí, lo estábamos; por ahora», pensé

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1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora