En shock

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8 de agosto de 2022

Tessa

Me rehusaba a moverme del regazo de Alex, no quería salir de la protección que siempre me habían brindado sus brazos. Mi llanto había aminorado, mas no los temblores. Seguía acariciándome el cabello y me decía que teníamos que levantarnos para poder irnos. Prometió que me llevaría a comer algo, pero lo único que quería era dormir, imaginar que todo era un sueño y que, al despertar, mi realidad fuese la misma de siempre.

―¿Puedes caminar? ―me preguntó con suavidad. Asentí, aunque sentía las piernas débiles―. Vámonos. Regresaremos otro día.

No quería volver a menos que fuera estrictamente necesario.

―Llévame a la habitación, por favor.

Él me miró con pena. Me sentía usada. Aquella traición me dolía incluso más que cuando me habían mantenido cautiva. No era para nada lo mismo y, si antes sentía que iba a romperme en pedazos, ahora quería morirme.

Nos subimos a la camioneta y transitamos el camino en silencio. Durante todo el trayecto, Alex me miró de reojo, quizá para comprobar que no abriría la puerta y me tiraría del coche en movimiento. Veía un brillo en su mirada, tal vez una intención, pero se quedó quieto, temeroso tal vez de que yo me opusiera. Lo cierto era que lo necesitaba más que nunca para no partirme en dos.

―Llegamos. ¿Estás bien?

―Sí —mentí. Los músculos apenas me obedecían y mi cabeza estaba en otro lado.

Kara se encontraba en la puerta del comedor, hablando con Helena y Tania, cuando nos vieron pasar. Ella alzó la mano y me saludó, pero apenas le presté atención. Con lo intuitiva que era mi amiga, no tardó en descubrir que algo andaba mal y en dos zancadas ya estaba parada a mi lado.

―¿Qué pasó? ―preguntó. La picazón en mis ojos me hizo saber que cambiarían de color y no me molesté en controlarme; no quería―. No le habrás hecho nada, ¿o sí? —preguntó, mirando a mi acompañante.

―No, te juro que no ―se defendió él―. Hay que darle un poco de tiempo, Kara. Vamos, te lo explicaré todo.

Percibí cómo su mano se entrelazaba con la mía y lo permití. Sentir su piel contra la mía era satisfactorio, tranquilizador. Caminamos en silencio hasta la habitación, mientras él me estrechaba contra su cuerpo.

Kara estaba a mi otro lado, sujetándome el brazo como si fuera a caerme en cualquier momento. Mi labio inferior temblaba, y sentía que las fuerzas poco a poco me abandonaban.

―Tess... ―susurró Alex―. Tess, no te desmayes.

Luché contra mis párpados y apoyé el peso en el suyo. Tardó un milisegundo en alzarme. Sus brazos se sentían duros, su pecho cálido en comparación con mi mejilla fría. Me sentía como en casa. Me sorprendí de que resurgiesen mis antiguos pensamientos, que de pasados no tenían mucho.

Cuando ingresamos en la habitación, Kara se fue directo a la cocina a prepararme algo caliente. Alex se quedó conmigo, sin soltarme, mientras acariciaba mi cintura con el dedo pulgar. Descansé mi cabeza sobre su hombro. No quería pensar en nada, así que me limité a sentir esa llamarada de familiaridad que aliviaba hasta el más recóndito rincón.

―Bebe esto, te hará bien —dijo Kara, tendiéndome una taza.

Aparté la cara de Alex, me incorporé en el colchón y disfruté de la infusión caliente deslizándose por mi garganta, era el perfecto contraste con lo helado que estaba mi interior.

―Es mejor que descanses ―murmuró Alex a mi oído.

Inconscientemente, me había vuelto a recostar en su pecho, sus manos me apretaban contra él y su cabeza descansaba sobre la mía. Kara me tapó con una manta y nos dejó solos. Lo único que pude hacer fue cerrar los ojos y dormirme. Después de todo, era lo único que me quedaba.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora