La celda

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9 de noviembre de 2022

Alex

Un intenso escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando la enfermera nos dijo lo que le ocurría a Tess. Al principio, me negué a creerlo. No fue hasta que la vi, recostada en esa pulcra cama blanca, con los párpados cerrados, que lo comprendí. Parecía tan pequeña y vulnerable que se me encogió el corazón. La máquina que pitaba al compás de sus latidos resonaba en el silencio de la habitación, aumentando mis nervios. ¿Qué pasaba si de repente sus signos vitales se disparaban? ¿Qué haría si esa línea ascendente y descendente se transformaba en una línea recta? Las lágrimas inundaron mis ojos, ante aquel pensamiento.

―¿Puede escucharnos? ―le pregunté al doctor, que se había situado detrás de mí, con expresión cansada.

―No lo sabemos con exactitud.

Había entrado primero por impulso. Tenía que verla y comprobar con mis propios ojos que no estuviera muerta. Aunque lo parecía, y eso aguijoneaba mi cerebro.

―¿Qué le sucedió?

Ingente cantidad de emociones se arremolinaban en mi interior como un tornado, mientras procuraba no ponerme a llorar, al menos no delante de los demás. No importaba si ella escuchaba o no, quería tomar su mano y descargarlo todo.

―Estamos investigando, señor.

Asentí. Ella no era una humana como tal, su sistema inmunológico era distinto al nuestro y los doctores de aquella planta apenas lograban comprenderlo. Se necesitaban a todos los científicos habidos y por haber para determinar un diagnóstico, y eso llevaría mucho tiempo y esfuerzo, dada su condición. Cada paso, cada pista me volvía más ansioso y el nudo en mi garganta no hacía más que crecer.

―¿Creen que despertará?

El hombre apretó los labios y jugueteó con las hojas del sujetapapeles marrón que estaba colgado a un lado de la puerta, y en el que se detallaban los datos del paciente.

―No —dijo, antes de salir de la habitación dando zancadas.

Me dejé caer en el sillón de color beige y apoyé la frente contra la mano de Tess. La frialdad de esta caló hasta los rincones más ocultos de mi alma. Alcé un poco la cabeza y deposité en su piel un casto y tierno beso. Como era de esperarse, no hubo reacción alguna.

―¿Tess? ―me animé a decir. Tuve que aclararme la garganta para que mi voz no saliera como el graznido de un pájaro herido―. ¿Me escuchas?

Imaginé que su cuerpo se volteaba, para luego sonreír de lado y dedicarme una de sus miradas profundas.

Respiré hondo antes de continuar:

―Creo que sí, pero no puedes responderme ―continué. Mi visión se tornó borrosa y parpadeé para alejar la humedad―. Soy yo, Alex. Es imposible que no me reconozcas, nena. ―El humor que llenó la frase se sintió incorrecto y las comisuras de mis labios descendieron una vez más―. Te extraño tanto...

Mordí con fuerza mi labio inferior y paseé las yemas de los dedos por su mano. Sus dedos, finos y largos, descansaban en el colchón con una suavidad irreal. Su cabello desparramado en la gigante almohada se veía sedoso a pesar de la suciedad que lo impregnaba. Los doctores habían hecho todo lo posible para limpiar su rostro y curar sus heridas. Todavía estaba en observación por la lesión de su cabeza. Era imposible que no hubiese dañado nada en el interior, había sido tan brutal que debió haber sido atendido de inmediato. No sabían si el estado de coma había sido producto del golpe de energía que su cuerpo había liberado o por la magnitud de los golpes que su cráneo había recibido.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora