Deberías estar muerto

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9 de agosto de 2022

Tessa

El ardor en mi pecho era insoportable. Soltaba jadeos entrecortados y trataba de sacar la flecha, pero el músculo se endurecía y el hueso impedía el paso. Mi organismo se defendía contra la invasión, haciendo mi agonía cada vez más profunda. Necesitaba quitarme esa cosa y matarlo, era lo que tanto ansiaba, lo que todo mi cuerpo me gritaba que hiciera. De lo contrario, moriría y todo el esfuerzo que había hecho se habría ido por el desagüe.

―¡Tessa!

Oí pasos pesados aproximándose, pero alcé la mano para detenerlos. No quería que se acercaran, era mi tarea defenderme de mi agresor. Con todas las fuerzas que pude reunir, me arranqué la flecha del pecho y la lancé a un costado. Me puse de pie y permití que mis ojos cambiaran al frío y vacío negro del odio. Porque eso era lo que sentía por ese desperdicio de ser humano: un profundo y paralizante odio. Me aproximé a él, volvió a disparar una flecha, que esquivé con facilidad y llegué hasta su cuello. Le arrebaté el arma de las manos de una patada y la tiré hacia un lado, aprisionando su cuerpo contra la madera de la pared.

―El vil traidor decidió dar la cara. Qué pena que te haya resultado mal ―dije con cinismo. Atrapé su muñeca cuando quiso alcanzar mi garganta con una navaja―. ¡Alex!

El aludido dio tres zancadas hasta llegar hasta mí. Me doblaba en altura y eso ayudó a que Waylon se amedrentara un poco. Su mirada expresaba lo mismo que la mía. Lo tomó por las muñecas, bajándolas hasta su cintura y presionándolas con fuerza detrás de su espalda.

―El entrenamiento se cancela. Stephanie, Andrew, Tess, conmigo al edificio de interrogatorios, ¡ahora! ―ordenó con su imponencia de comandante.

Me quedé quieta en mi lugar. Lo único que deseaba hacer era abalanzarme sobre la yugular de ese engendro del demonio y decapitarlo, tal y como haría si tuviera un experimento delante, tal y como él me había demostrado ser capaz. Sin embargo, sabía que no me dejarían. Todavía tenía que confesar demasiado.

―Podré torturarlo, ¿cierto? ―le pregunté en voz baja a Stephanie, quien rio un poco y negó con la cabeza.

Entramos en el número siete, Alex acomodó al prisionero en la silla y lo sujetó bien con unas correas de metal, que no había visto antes, para que no pudiera pararse y darse a la fuga. De igual modo, colocó a Andrew a un lado de la puerta, con el fin de que controlase quién entraba y quién salía.

Desvié la vista a Waylon. Lucía increíblemente sucio, como si no hubiera pisado el refugio en días, algo que habíamos aprendido que era posible y que habíamos visto por medio de las cámaras de seguridad. Su cabello estaba grasiento y tenía unas bolsas moradas debajo de los ojos. Parecía exhausto, pero no vencido. La mueca en su rostro lo gritaba a los cuatro vientos, y mi sangre hervía de rabia.

Di tres pasos al frente, posicionándome a un lado del comandante, quien me miraba la blusa manchada de sangre con precaución y preocupación. La herida ya se había comenzado a cerrar y un intenso escozor me recorría desde dentro hacia afuera.

―Esperemos a Kara y Carter ―me susurró.

Me mordí el labio inferior. No quería esperar, quería hacerlo sufrir; cortarle dedo por dedo, si era necesario, para que dijera la verdad; para que respondiera todas y cada una de mis dudas. No obstante, sabía que mis amigos tenían derecho a actuar y presenciar la escena, de modo que me mantuve callada. Eso sí, apenas se abrió la puerta y Kara y Carter hicieron su aparición, mi boca no pudo continuar cerrada.

―Ya que estamos todos aquí... ―comencé a decir con cierta ironía, mientras me paseaba por los costados de la mesa de metal―. El infeliz asesino vino a confesar su crimen. ¡Qué buen desenlace!

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora