24 de agosto de 2022
Tessa
Aquella mañana comenzó como cualquier otra. Desperté en la habitación y me quedé mirando, por horas, a través de la ventana hacia la casa destruida. Escuché movimiento alrededor de las ocho de la mañana, pero nadie subió a verme. Oí las voces de mi padre y alguien más, un experimento quizás, hablando acerca de un refugio cerca de las Montañas Thorne. Era un complejo que funcionaba como almacén, según había aprendido en la base, y que pensaran en apoderarse de él hacía que quisiera vomitar.
Aproveché para darme una ducha, aunque solo había agua fría y tampoco salía demasiado. Me conformé con lavar las zonas importantes de mi cuerpo y me puse ropa limpia, recogiendo mi cabello, todavía con pedazos de vidrio enredados, en un rodete desordenado.
Una vez estuve aseada, decidí bajar, mi estómago reclamaba comida y no me importaba pasar sobre cuarenta soldados para conseguirla.
Cuando bajé las escaleras, vi que Elton estaba sentado en el sofá, leyendo un libro. Por un brevísimo instante, me recordó a las mañanas que no trabajaba; cuando mamá se iba temprano a su empleo y él se quedaba conmigo para llevarme a la escuela. Aunque había sucedido pocas veces, ya que su trabajo era su tesoro más preciado. Recordar mi vida pasada y compararla con la actual era la cúspide para construir mi actuación.
―Buenos días ―lo escuché decir. Me había quedado estática en las escaleras, aferrando la baranda de madera hasta que la escuché crujir.
Asentí en su dirección y caminé hacia donde pensé que estaba la cocina. Encontré a tres H. A. V. conversando como si fueran amigos de toda la vida. Me tensé y, por inercia, busqué mis cuchillos. Debía haberlos dejado en algún otro sitio, porque no los sentí en mis bolsillos.
―Hola ―dijo una mujer que me resultaba vagamente familiar. Tenía el cabello rubio platinado recogido en una coleta tirante y portaba una sonrisa cordial, como si no hubiera matado a miles de humanos en un trance cerebral―. Soy Cincuenta. Tú debes ser Tessa.
Mis comisuras temblaron, la necesidad de matar me recorrió las venas y explotó en mi pecho, acelerando mi corazón. Mis manos sudaban. Quería encontrar algo filoso y clavárselos a cada uno en el pecho. Pero tenía que guardar las apariencias, por lo que me encaminé hacia ellos y dije, en un tono bastante desconfiado:
―La misma.
Ella hizo una mueca, contrariada, y se impulsó para sentarse en la mesada de mármol.
―¿Te preparo un café? ―se ofreció. Me alejé cuando intentó tomar la tetera de mi mano, en un gesto que señalaba que no precisaba ayuda―. Okey... Veo que alguien se levantó con el pie izquierdo.
Respiré profundamente. Aflojé los hombros mientras vertía el líquido caliente en una de las pocas tazas que aún se mantenían enteras.
―Ayer, al llegar, volqué mi camioneta, ¿de qué humor debería estar?
Tal vez había sonado demasiado sarcástica, pero al menos se rio. Una bonita risa cantarina, demasiado humana para ser fingida. Se bajó de la mesa y buscó algo en las alacenas. Hizo a un lado una compuerta salida de sus goznes y tomó un pulcro botiquín blanco con la clásica cruz roja en el centro. Lo abrió y sacó un blíster de pastillas.
―Ten, con esto te sentirás mejor. Es ibuprofeno, no es nada extraño.
¿Un maldito experimento me estaba dando unos analgésicos? ¿Acaso estaba alucinando posaccidente?
Recibí las píldoras y, buscando evitar que me envenenaran, verifiqué las etiquetas. Todo parecía ser tal y como ella decía, por lo que introduje una pastilla en mi boca y bebí un trago de café para ayudarme a tragarla.
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1. La extraña ©
Science FictionAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...