Guardándote las espaldas

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1 de octubre de 2022

Kara

Me costó un infierno separarme de mi mejor amiga. Había sido lo más difícil que había hecho luego de ver morir a mis seres queridos. Me sentí destrozada y reparada en partes iguales, la balanza no se inclinaba en ninguna dirección.

Una vez dentro del jeep, di rienda suelta a mis emociones y mis mejillas se empaparon de esa agua salada que tanto conocía. Sin embargo, a pesar de la presión que amenazaba con partirme el corazón en dos, no podía dejar de sonreír.

Todo estaba yendo de maravillas, y, por esa misma razón, el terror al fracaso seguía aferrado a mis huesos. ¿Qué haríamos si Tess no lograba cumplir con su parte? Estaríamos acabados, no teníamos un plan B, ni un C. Solo contábamos con el A, y creíamos firmemente que bastaría. Bueno, en realidad, era ella quien estaba determinada a hacerlo funcionar.

Sacudí la cabeza para alejar todo pensamiento negativo. Confiaba en Tessa más que en cualquiera de los otros. Se estaba sacrificando por nuestro bien, estaba haciendo todo para protegernos, sin pedir nada a cambio. De todas las mujeres en el planeta, ella merecía tres millones de estatuas en su honor, para que todo el mundo supiera quién había sido su salvadora. Quizás estaba mirando demasiado lejos, pero, si todo salía bien, lo haría, aunque solo fuese una figura digital.

Para salir del refugio, había pedido una tableta para ver a mis amigos caídos. Ray no era mi mejor amigo, pero sí lo había querido mucho y lo extrañaba. El chico que me había entregado la llave electrónica me había mirado con precaución, como si no estuviera seguro de lo que estaba haciendo, por lo que no me había quedado más alternativa que golpearle la parte posterior de la cabeza, noqueándolo. Con suerte, pensaría que se había caído y se había lastimado por sí mismo. Suspiré. Para entrar debía hacer exactamente lo mismo, salvo por un minúsculo detalle: tendría que hacerlo por detrás. Había hecho todo lo que estaba al alcance de mis manos para salir en uno de los tantos momentos en los que Marcus descuidaba las cámaras. Era tan despistado que ni siquiera revisaba las grabaciones, era muy sencillo salir sin ser vista. Esperaba que siguiera siendo así.

Llegué a mi destino al amanecer. Eran casi las ocho de la mañana, los chicos ya debían estar en el entrenamiento y Carter se estaría preguntando dónde rayos me había metido. Le había hecho la gran maniobra de Tess: lo había dejado durmiendo en mi cama. Era entendible que estuviera molesto.

Dirigí el jeep entre los árboles hasta las tumbas donde habíamos sepultado a los nuestros, tratando de no chocar. Había una vela apagada y reseca sobre la tierra sobre cada una de las fosas. La de Ray era la única que había mantenido prendida, tal y como hacía Tess. Me recordaba a ella y a él, y ese era uno de los pocos momentos del día en los que me sentía en paz.

Abrí la puerta metálica y me adentré, procurando no pisar a nadie. Algo irónico, dado que ya no estaban en la superficie sino bajo tierra, pero me sentía mal y era, en cierto modo, inmoral. Conduje a menos de veinte kilómetros por hora y me estacioné a un lado del inicio de las cabañas que utilizábamos para los interrogatorios. Estaba bastante lejos de los demás, por lo que podría excusarme diciendo que había ido a ver a mi difunto amigo, tal y como comenzaba a ser costumbre.

En el último tiempo me había empezado a convertir en una mentirosa compulsiva. Le mentía a mi novio acerca de lo que sucedía con Tess, algo que estaba segura de que no me perdonaría, al menos no fácilmente, y simulaba estar triste como todos los demás, por un motivo diferente al que creía el resto. Mi naturaleza honesta decía que no podría continuar con la farsa durante mucho tiempo más, pero aquella chica leal siempre me lo impedía. Cada vez que barajaba la opción de decir algo, una vocecita en mi cabeza, que casualmente sonaba como Tessa, me decía que no lo hiciera, que debíamos seguir adelante, que aguantara un poquito más.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora