Harta

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3 de noviembre de 2022

Tessa

Habían pasado unas semanas desde que había visto a Kara, tres para ser exactos. Podía ver el calendario, gracias al teléfono que me había entregado a escondidas. Cada día me recordaba que era uno más con vida, uno día más que me acercaba a la posibilidad de destruir el imperio de mi padre. Estaba orgullosa de mí y de mi ingenio. En ese tiempo, había logrado convencerlos a todos de mis intenciones, actuando segura, recta e indomable. Mi fiel confidente me había mantenido informada sobre todo lo que sucedía en las reuniones secretas, a las cuales pocas veces asistía. Mi teoría de que mi padre tenía otro plan, dado que no confiaba en mí tal y como aseguraba, cobraba más fuerza cada día.

Durante la última semana, había logrado que todos tuvieran los dispositivos que mi amiga me había dado. Estos, tal y como me había dicho, desaparecían en el instante en el que entraban en contacto con la ropa o la piel, y eso era lo que los hacía tan especiales. Procuré tener siempre algunos en mis bolsillos, para sacarlos y colocarlos en diferentes sitios, en cuanto tenía oportunidad. Diecinueve me había ayudado en todo lo que había podido, sirviéndome a mí, no tanto como recluta sino más bien como un amigo.

Elton estaba enfocado en atacar la base por segunda vez. La primera había sido en mi búsqueda, la segunda sería por mi venganza. La ironía sobraba por cada consonante y vocal que componían esa oración. Hacía tiempo que intentaba hallarles la lógica a los pensamientos e ideas de mi progenitor, y aún no encontraba respuestas.

En ese momento, me encontraba arrodillada en el piso de mi cuarto, revisando mis cuchillos. Tomé varios y salí, dispuesta a entrenar por mi cuenta. Ese era la historia extraoficial, donde Diecinueve me cubriría diciendo que iría conmigo, pero se quedaría allí. No podíamos arriesgarnos a que alguien no me encontrara en la habitación y atentara contra mi vida de nuevo, por lo que él se haría pasar por mí mientras iba a encontrarme con mi amiga.

Habíamos acordado que nos encontraríamos en el mismo sitio que la vez anterior, solo que ahora lo haríamos sobre la autopista y no debajo de esta.

Mientras saltaba por la ventana y aterrizaba como un gato, me hice un corte en el rostro adrede. De esa manera, creerían que de verdad había estado entrenando y que Diecinueve me había lastimado en el proceso. Aquello era más creíble que pensar que me había dañado a mí misma. Si sanaba durante la próxima hora, me haría otro y otro, hasta que mi sangre fuera visible para todos.

Corrí por el bosque hasta la carretera, subiendo la pendiente que conducía a la autopista. Se encontraba completamente abandonada salvo por los vehículos quemados y destruidos que se desperdigaban por allí, componiendo una imagen desoladora.

Al llegar, miré mi teléfono, comprobando que eran las dos de la mañana. Kara debía llegar alrededor de las tres.

Me sentía ansiosa. Sería la última vez que nos veríamos antes del enfrentamiento, en el que conduciría a mi padre a la trampa, y solo Dios, si existía, sabía lo que sucedería después. Si era aceptada o ejecutada, estaba en manos del destino.

Comencé a balancear mis cuchillos de los nervios, tomándolos por la empuñadura y haciéndolos girar entre mis dedos. Me dejé llevar por su peso y me encontré sumiéndome en una danza peligrosa. Mis oídos captaban el filo de la hoja al cortar el aire, mis movimientos fluidos y el arrastre de mis pies en el pavimento. Hasta que en el horizonte asomaron unas brillantes luces amarillas.

El jeep militar se acercaba a toda velocidad, acortando las distancias en un abrir y cerrar de ojos y frenando a unos dos metros de donde me encontraba. La puerta del conductor se abrió y Kara bajó sonriendo, feliz. Iba a corresponderle cuando vi que la puerta del copiloto se abría y Carter se apeaba del coche.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora