Perdón

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24 de febrero de 2022

Tessa

Jugué con mi comida mientras fulminaba a Tori con la mirada. ¿El motivo? No se había apartado de Alex en ningún momento. Estaban los dos sentados a la mesa junto a Andrew y algunos más. Todos, o la gran mayoría, se reían de algo que contaba Olivier, uno de los reclutas. Tori no dejaba de carcajearse ni de montarse en el regazo de Alex. Literalmente, todo su pequeño cuerpo se subía al suyo, dejando sus senos al alcance de su rostro, y él la apartaba disimuladamente, podía ver que estaba comenzando a perder la paciencia.

―Los vas a desgastar ―se burló mi amiga. Aparté la vista y la enfoqué en ella. Sus bonitos ojos celestes se achinaban―. ¿Estás bien?

―Te ves como si quisieras arrancarle los ojos ―me susurró Tania.

―Quizá porque eso es lo que quiero hacer.

Kara me pateó por debajo de la mesa.

Me concentré en terminar mi sopa, que ya estaba helada, en vez de torturarme por la escena que se desarrollaba no tan lejos de mí y por la mirada que me había dirigido Alex justo antes de que me diera la vuelta. Quería huir de allí.

Luego de la prueba de camuflaje, haríamos otro entrenamiento más personal. Kara era ágil e inteligente y me ayudaría a retomar mis habilidades y a ponerme en forma para el combate; haríamos Puntería y Arquería también. Carter también estaría, era muy bueno en técnicas y también en la lucha, sería interesante pelear con él. Kara me había repetido hasta el cansancio que era mucho para un día, dado que aún tenía mi muñeca en observación, pero después de esa mañana, me sentía imparable, y tenía muchas razones para descargarme.

―Tess ―la voz de mi amigo me sacó de mis pensamientos―, ¿estás segura de que quieres hacer esto?

Asentí con convicción. Me urgía recordar ahora más que nunca quién solía ser.

Una chica que podía asesinar H. A. V., alguien que, inexplicablemente, no había muerto todavía. Esa que se había formado a sí misma como un arma para sobrevivir. Esa era yo y necesitaba reencontrarme.

Acabamos la comida y nos levantamos, disculpándonos con el resto de los chicos. Ni siquiera me molesté en mirar a Alex para saber que sus ojos estaban clavados en mi nuca. Por el rabillo del ojo, vi como Tori me buscaba con la mirada, fruncía el ceño y se volteaba para besarlo, cosa que él rechazó, poniéndola en su lugar. Era una clara marcación de territorio, distinta a la que me había demostrado en el campo.

Me tragué todos mis sentimientos y caminé detrás de mis amigos.

Fuimos hasta el campo de entrenamiento número ocho, ese que casi nadie usaba. Poseía una caseta de madera en una esquina, apuntando en diagonal hacia el centro. Tenía la forma de una cancha de fútbol americano, sin las líneas blancas. Había una tarima de madera más pequeña que el otro campo, con botones de color rojo, verde y amarillo en la cara externa derecha junto con algunas palancas y mecanismos. Carter presionó el botón verde y jaló la manivela que había debajo de este. En alguna parte, el piso se movió y salió un gran cuadrilátero negro. Se veía viejo, se notaba que no lo sacaban a menudo por el sonido chirriante que soltaba a medida que subía. Carter toqueteó los botones restantes y bajó las otras palancas, revelando paredes de metal y madera con distintos tipos de armas, desde arcos y flechas hasta espadas, cuchillos y fusiles de diferentes tamaños. Miró el tablero, que estaba arriba de los artefactos, y tecleó algo. Lo siguiente que supe fue que se alzaban blancos, formas de personas de goma espuma y de otro material duro con soportes de metal.

―¿Por qué dejaron de usar este lugar?

Mi amigo se levantó y caminó hasta el cuadrilátero. Probó las cuerdas, asegurándose de que estuvieran lo suficientemente tensas, y luego se subió para verificar que el suelo siguiera firme. Los dos ignoraron olímpicamente mi pregunta. Me aclaré la garganta para que me notaran.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora