10 de diciembre de 2022
Tessa
La alarma de mi teléfono me despertó a las cinco de la mañana. Con un gruñido, la apagué y me di la vuelta para seguir durmiendo un poco más, pero mi mente, atolondrada y trabajadora, se negó. Cientos de imágenes surcaron mi subconsciente, logrando que me levantara de un salto, lo cual no fue una buena idea teniendo en cuenta que mi abdomen aún no había sanado; y, para colmo de males, la gasa se había corrido y la herida estaba al aire.
Maldiciendo, aparté las cobijas y me dirigí hasta la cocina. Tomé de la alacena el botiquín de primeros auxilios, el que me habían dado en el hospital para que tuviera todo lo necesario para una buena recuperación, y me encerré en el baño.
Me situé frente al espejo, me saqué la camiseta y terminé por quitar la tela que me cubría. Hice una mueca de asco al ver las líneas de piel que desfiguraban mi estómago. Eran horribles, de un color marrón rojizo, como si fuera a sangrar en cualquier momento. Alrededor se estaba construyendo una capa nueva, de tono rosado con ligeras irregularidades que se curvaban hacia arriba.
Mojé la gasa en antiséptico y la pasé cuidadosamente sobre la tirante masa oscura. Primero me hizo cosquillas para luego dar paso a un ardor insufrible que me hizo apretar los dientes. ¿Cuándo iba a terminar aquella tortura? Parecía que mi cuerpo se regeneraba demasiado lento, y, si lo que había dicho mi padre era cierto, no podría pelear. Estarían solos, perdidos, y su estrategia no funcionaría a menos que existiera un milagro.
Unos golpes tenues en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
―¿Tess? ¿Estás bien? ―preguntó Kara.
―Sí, ya voy.
Murmuró un «Okey» y escuché sus pasos encaminándose hacia la cocina. Suspirando, acabé de limpiarme, me lavé los dientes y abrí la puerta. Grande fue mi sorpresa cuando encontré el amplio pecho de Alex en lugar del pasillo iluminado.
―Hola, dormilona. ―Sonrió.
Le correspondí el gesto y me puse de puntillas para besarlo. Lamentablemente, el beso no duró mucho.
―Estoy aquí, por si lo han olvidado ―dijo Kara.
―No, lo recuerdo perfectamente.
Caminé arrastrando a Alex conmigo y nos sentamos a la mesa. Kara estaba demasiado seria. En realidad, yo también estaba inquieta, pero la presencia de mi chico había logrado cambiar mi estado de ánimo.
Tomé la taza que mi amiga me ofrecía y bebí un trago. No pasó mucho tiempo hasta que Alex se dio cuenta de que algo andaba mal.
―Suéltenlo ―ordenó. Tenía el ceño fruncido y la expresión típica de un militar.
―Hay otro informante, o eso fue lo que dijo ese maldito demente ―dijo Kara, enfadada.
―¿Y esperaron tanto para decírmelo?
Él se quedó estático e inescrutable hasta que terminé de hablar.
―Me pondré a revisar enseguida. Debemos aumentar la seguridad de la prisión y del refugio completo. Tenemos que encontrar urgente al posible infiltrado.
Dicho eso, Alex se marchó apretando el paso, sin siquiera dignarse a mirarme.
―Pues adiós ―murmuré para mí misma, antes de beber un nuevo sorbo de la taza.
Mi amiga soltó una risita.
―Ve tras él.
―Espera que me termino el chocolate.
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1. La extraña ©
Science FictionAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...