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Refugio de Oregón

Base militar n° 16040

12 de enero de 2022

Tessa

Una brillante luz se coló a través de mis párpados, alejándome de mi sueño. Estaba tan a gusto entre las frazadas, pero, por mucho que lo intenté, no pude volver a dormirme. Abrí los ojos con pesadez, y me quejé. ¿El búnker tenía ventanas? No, era imposible. Estaba encastrado bajo tierra, no había manera de ver hacia el exterior. Entonces, ¿me había quedado dormida fuera? No, no sonaba a algo que yo haría.

Poco a poco, mi visión se aclaró, mostrándome un amplio ventanal que se extendía a lo largo de toda la pared. El sol daba de lleno en él; eso era lo que me había despertado. A mi lado, Kara estaba sentada en su cama deshecha, poniéndose las botas negras. Tenía el pelo húmedo y llevaba puesto su uniforme. Cuando notó que estaba despierta, me sonrió y me palmeó el costado con energía, arrebatándome un quejido.

—Buenos días, bella durmiente —canturreó. Se veía muy feliz; no comprendía por qué—. Hoy es tu día.

No entendía nada de lo que estaba diciendo. ¿A qué se refería?

Restregándome los ojos, me senté en la cama. Las cálidas mantas se deslizaron por mi cuerpo, dejándome sentir el fresco aire de la mañana. Recuperé el hilo de los sucesos del día anterior y me levanté de un salto. Estaba a salvo en el refugio, en la base militar, y sería parte del ejército. De repente caí en la cuenta de que Kara tal vez se refería a que me mostraría las instalaciones y que luego comenzaría mi entrenamiento militar.

—¿Cómo está tu pierna?—pregunté, mientras estiraba los brazos sobre mi cabeza. Mis músculos respondieron, ansiosos de ponerse a trabajar.

—Mucho mejor. Me tomé un calmante con el café —respondió, y me tendió una taza llena de ese elixir del cielo. Hacía años que no lo tomaba, y mi amiga se dio cuenta de esto cuando bebí un gran trago, sin importar quemarme—. Despacio, no se irá a ningún lado.

Reí y me levanté por fin, buscando mis botas que se encontraban a un lado de la cama, pero Kara me detuvo.

—No puedes salir con esas pintas —dijo, mientras se acercaba a un pequeño agujero en la pared, que resultó ser un armario encastrado, y me tendió un uniforme—. Buscaremos el tuyo cuando estemos de regreso, junto con un par de cosas más. —Asentí y me cambié, sorprendiéndome de la talla. Si bien ambas éramos delgadas, su falta de busto me incomodó. No tenía demasiado, pero si lo suficiente como para que se notaran en ese pedazo de tela blanca. Rápidamente me puse los pantalones de camuflaje y el abrigo negro, junto con un par de botines del mismo color. Me sentí ligeramente más alta que con mis botas.

—Perfecto. Vámonos —dijo, tomando su chaqueta y abriendo la puerta.

Fuera, nos encontramos con movimiento. Había varias personas deambulando por los pasillos, o hablando delante de las puertas de los demás. La habitación frente a la nuestra se abrió y de ella salieron dos chicas: una de cabello rojo fuego y la otra de un cabello tan negro, que parecía que le habían tirado petróleo encima. Nos sonrieron y saludaron animadamente a Kara.

—Hola, Helena. Hola, Tania —saludó mi amiga, sonriente. Ellas le correspondieron y sus miradas cayeron sobre mí—. Ella es Tessa, llegó ayer —explicó—. La encontramos en Los Ángeles.

No me pasó desapercibido el hecho de que no había mencionado mi apellido. Supongo que no necesitaban saberlo en aquel momento, pero estábamos en el ejército, en algún momento lo escucharían y no tardarían en hablar sobre ello. Sería el bicho raro de la base.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora