Adaptación

2.5K 279 163
                                    

29 de septiembre de 2022

Tessa

Siempre creí que el tiempo era subjetivo. No importaba cuánto pasase, los recuerdos que atesoraba se quedarían para siempre conmigo, permitiéndote rememorar una y otra vez el pasado. Había transcurrido un mes desde que había encontrado a mi padre y cada día junto a él era peor que el anterior. Claro que por fuera no lo demostraba, pero por dentro me desmoronaba. Todas las noches, sin excepción, me iba a dormir con un nudo en la garganta y, al cerrar los ojos, dibujaba en mi mente el rostro de Alex seguido del de Kara, Carter y todos los que había dejado atrás. A veces no podía contenerme y acababa llorando. Como esa noche lluviosa, en la que mi corazón adolorido no pudo más y me permití liberar mi pena abiertamente, sin importar si alguien me escuchaba.

Apreté la manta con fuerza entre mis dedos. Estaba tapada hasta la coronilla, con la esperanza de que eso mitigara mis jadeos. En mi mente, no dejaba de repetir la noche de mi partida; el cuerpo de Alex tendido tranquilamente en la monumental cama y sus facciones relajadas gracias al sueño profundo. Sollocé alto, sintiendo como el llanto ardía en mi garganta.

Me obligué a serenarme cuando escuché pisadas en la planta baja. La última vez que había chequeado aquella zona, mi padre estaba leyendo y parecía tener intenciones de irse a dormir tarde. Los pasos debían pertenecer a él, yéndose por fin a la cama.

―¿Tessa? ―Escuché una voz ronca desde el umbral de la puerta. Contuve la respiración al reconocerlo. Ese definitivamente no era mi padre.

Giré y alcé mis ojos llorosos en dirección a C. Tenía el ceño fruncido y lucía bastante preocupado. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Qué rayos hacía en la casa? ¿De verdad había sollozado tan fuerte? Dio dos pasos hacia el interior de mi habitación y se acercó, vacilante, hasta mi cama. Me tensé, para nada cómoda con sus movimientos.

―¿Qué pasa? ―preguntó. Negué con la cabeza y apoyé la cabeza en la almohada, como si con esa acción lo alejara de mí―. ¿Estabas llorando? ― ¿Para qué negarlo si había venido justo por eso? Pregunta estúpida―. ¿Tuviste una pesadilla?

Podía decir que sí y fingirlo, pero me dolía tanto el pecho que no estaba en condiciones de soportar otra mentira. No en ese momento.

―Más bien era un recuerdo.

Él pareció entender y se acomodó más sobre el colchón, tras de mí. Me escandalicé cuando intentó tomar mi pierna, así que la corrí discretamente. No lo notó, o, al menos, no me lo hizo saber. Se recostó con las musculosas piernas colgando del borde y recargando el peso en sus codos, de modo que podía ver perfectamente sus facciones varoniles. Yo no era ninguna estúpida, pero había que admitir que el maldito estaba como quería.

―¿Algo de tu pasado?

Si continuaba preguntando, acabaría sacándome la verdad, aunque solo fuese a medias. C no era tonto, tenía todas las neuronas demasiado bien puestas, por algo debía ser el que acataba las órdenes de mi padre sin necesidad de control adicional. Decidí mentirle, aunque eso abriera más la herida, que me empecinaba en mantener oculta en lo más profundo de mi corazón.

―Sobre mi madre ―respondí en un susurro.

Inmediatamente, mi cerebro la evocó y no pude evitar rememorar el tiempo junto a ella: cuando me preparaba el desayuno antes de ir a la escuela, cuando me besaba la coronilla mientras yo estudiaba y había subido a mi cuarto para llevarme un té, las veces que nos habíamos quedado despiertas para ver las estrellas, cuando me consolaba por haber tenido un mal día... Era tanta la necesidad que tenía de volver a verla que seguí torturándome hasta el punto en el que volví a llorar. La extrañaba demasiado. Mi alma había sido destrozada y cambiada por completo el día en que le quitaron la vida.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora