Destrucción

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Actualidad

7 de enero de 2022

Tessa

Caminar por las calles de la que alguna vez fue mi ciudad me provocaba tanto náuseas como escalofríos. Recordaba haber transitado aquellas calles, saludar a los vecinos y muchas veces ayudarlos con tareas de jardinería o de cocina. Recordaba haber ido al centro comercial con mis amigas, comprarnos toda la ropa que queríamos y finalizar el recorrido en un Starbucks, con un buen cappuccino y unas magdalenas de chocolate.

Pero solo eso eran: simples recuerdos. No tenía nada más. Recordar me hacían sentir como una persona y no un cascarón vacío.

Cada vez que salía de mi guarida, lo único que podía observar eran los edificios destrozados, el olor a putrefacción y el de la sangre seca. Caminaba por las calles principales de la zona de casas adosadas, donde alguna vez había vivido, y me preguntaba cómo habían muerto mis vecinos. ¿Habrían intentado sobrevivir o se habían rendido ante la inminente amenaza que se había desatado? Sin embargo, lo único que sabía era que no había ni una sola alma. Era la única sobreviviente de aquella destrucción. Por un tiempo, guardé la esperanza de que hubiera alguien más, de no ser la única sumida en esa vorágine de horror. Con el pasar de los meses, supe que, si hubiera habido alguien, lo hubiese sabido. No obstante, de haber sido así, ahora probablemente estaría muerto, como todo lo demás.

Estaba sola. Sola con mis recuerdos y mis armas.

Dos años atrás, cuando toda esta guerra comenzó, yo volvía de la universidad. Estaba contenta porque había recibido una buena noticia. Pero la emoción se desvaneció cuando vi a mi padre frente al televisor, maldiciendo y agarrándose el cabello y apretándolo entre sus puños. Mamá tampoco daba crédito a lo que veía y trataba de consolarlo, aunque yo había sospechado lo que sucedería. Una creación como esa era muy peligrosa de llevar; era cuestión de tiempo para que algo fallara.

Y así fue.

Mi padre había creado una raza alterada genéticamente con sangre de diferentes animales, aumentando así sus habilidades. Eran fuertes, rápidos y su vista y su audición eran dignas de un felino. Aun así, seguían siendo humanos, pero hubo una falla en el implante que llevaban —ese que leía y medía sus condiciones tanto externas como internas—, el cual causó un cortocircuito que los había vuelto locos, imparables; tras lo cual habían tomado el laboratorio por la fuerza y habían conseguido salir, arrasando con todo lo que encontrara a su paso, sin importarles nada ni nadie. Podían ser humanos con características diferentes, pero no tenían una pizca de humanidad.

Poco tiempo después, habían comenzado a reproducirse con una aterradora facilidad y rapidez, alcanzando el número de doscientos cincuenta mil en toda Norteamérica. No sabía cómo había sucedido, pero había alguien allá afuera que sabía cómo crearlos y había continuado haciéndolo. ¿Acaso mi padre había tenido socios que se habían vuelto en su contra, decidiendo seguir adelante con la masacre? No lo sabía. Tenía tantos interrogantes y nadie con quien poder desahogarme.

Llevaba un año sola, vagando por las calles, recolectando cualquier cosa que fuese comestible.

Cuando mamá murió en manos de una H. A. V., que una parte de mí moría con ella, mientras que otra nacía. Ese día, maté a uno de ellos, tras lo cual le hice una promesa a quien me había dado la vida: mataría a cada una de aquellas bestias; todas caerían y pagarían por lo que le habían hecho a mi familia y al mundo.

Todos los días después de aquel, me levantaba, comía y entrenaba. Me costó demasiado no derrumbarme, pues cada minuto a solas era un lento descenso hacia la locura. No podía evitar rememorar todo lo que había perdido, sin embargo, también recordaba el juramento que le había hecho a mi madre; que me instaba a continuar.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora