Huida

2.5K 275 75
                                    

23 de agosto de 2022

Tessa

Mis ojos se llenaban de lágrimas mientras conducía por la carretera vacía. A mi lado, el H. A. V., quien se había presentado como Diecinueve, se curaba las heridas que le había infringido hacía no más de catorce horas. Ya estaban desapareciendo, pero no perdía oportunidad para echarme la culpa. Le había contestado durante las primeras cinco horas, sin embargo, terminé por hartarme y simplemente me limité a ignorarlo. No quería ni me interesaba saber todas las veces en las que sus compañeros le habían roto la espalda para ver cuánto tardaba en sanar. Aunque debo admitir que aquello me sorprendía. Hasta los monstruos como ellos se hacían bulliyng.

―Recuerdo que en una ocasión... ―comenzó de nuevo.

―¡Ya cállate! —exploté, ya no soportaba su monólogo.

Me miró, por fin enmudecido, y su vista se clavó en mi perfil. Lejos de amedrentarme, lo enfrenté.

―Necesito silencio, por favor. ―Rogué en un tono más bajo. Él asintió y se giró hacia la ventanilla, observando los arbustos y los pastizales secos pasar a toda velocidad―. Lamento haberte gritado, es que...

―Comprendo. No puede ser fácil volver a ver a tu padre luego de casi tres años.

Mi ceño se frunció hasta el inicio de la nariz. Otra cosa que mi «nuevo amigo» había intentado hacer era averiguar mis planes con respecto a mi padre. Se mostraba especialmente interesado en mi plan y en cómo iba a proceder. Y, una vez más, no recibió respuesta. Sí, nos estábamos llevando bien, pero eso no significaba que confiara en él. Podría delatarme si se le antojaba, o mi padre podría manipularlo para que así fuese, por lo que no pensaba arriesgarme.

―De verdad, no quiero escuchar lo que sigue, así que haz silencio, por favor.

Sin embargo, un trayecto tan largo tendría que llenarse con algo más que el ruido del motor. No quería morir de aburrimiento. Por lo que, una hora después, no fui capaz de respetar mi propia regla.

―Se te nota. Habla.

Al parecer, mi curiosidad era evidente.

―¿Cómo funciona el dispositivo que tienes implantado? ―pregunté, sin darle muchas vueltas―. Es decir, ¿cómo te das cuenta cuando eres tú mismo y cuando no?

Una máscara de tristeza cubrió su rostro, haciendo que me arrepintiera un poco. No debía ser fácil enfrentar aquella situación. Saber que tus manos estaban manchadas por la sangre de un gran número de personas y no poder recordarlo era atemorizante, y podía verlo en el fulgor de sus ojos.

―Bueno, la verdad es que no lo sé ―respondió con sinceridad―. Por momentos creo que me perdí de nuevo, no sé lo que es real y lo que no. Sé que desaparezco cuando mi cerebro se apaga, mi visión se oscurece y pierdo toda noción de tiempo y del espacio. Simplemente no puedo dejar de pensar en que soy un asesino, en lo que ese hombre me convirtió.

Tragué con fuerza.

―¿Eres tú mismo ahora?

―De algo puedes estar segura, Tessa, y es de que jamás te haré daño conscientemente. Y, si alguna vez te ataco, quiero que me prometas que me matarás.

―¿De qué estás hablando? ―El horror se dibujó en mi rostro. ¿Estaba hablando en serio? Puede que no confiara en él y que lo haya torturado para llegar hasta mi destino, pero ¿estaba completamente seguro de lo que estaba pidiendo?

―No puedo medir mis actos cuando estoy bajo su control. Si su orden es que te mate, lo haré sin poner objeciones, y no es lo que quiero. ―Su rostro serio me transmitía paz, a la par que inseguridad―. Debes prometérmelo.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora