Malditos bastardos

6K 714 111
                                    

Continuación del flashback anterior

5 de enero de 2021

Tessa

Odié el sonido de la risa de esa arpía, quien se apartó del cuerpo de mi madre, como si no fuera más que un saco de basura y se colocó detrás de mí. Solo necesité un instante, en el que miré el cadáver de la persona que me había dado la vida, para tomar una decisión.

Cerré los ojos y me dejé llevar por mis instintos, mi furia, mi tristeza y mi dolor.

Me tomó un segundo golpear al H. A. V. en el pecho con una patada que lo alejó lo suficiente de mí. Tomé mi pistola y apunté directo a su pierna. El disparo vibró a través de mis brazos y me lastimó la muñeca, pero no me permití pensar en ello. La H. A. V. se movió a la velocidad de la luz, pero aun así pude ver su desplazamiento y sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Antes de que pudiera tocarme, le di dos puñetazos que la dejaron medio en shock, sin entender cómo la había logrado tomar desprevenida. La adrenalina fluía por mis venas y me indicaba que tenía que luchar. El hombre se acercó dando grandes zancadas y tomó mi brazo, por lo que le di rodillazos en su estómago unas cuantas veces hasta que aflojó su agarre.

La mujer soltó un gruñido bastante similar al de un león enojado e intentó atacarme por detrás. Di la vuelta y disparé. Dos veces. Y ambas dieron en el mismo lugar: su cabeza. Se derrumbó, cayendo a mis pies, como si no fuera más que un saco de patatas.

El hombre, aún sin dar crédito a lo que veía, se alejó de mí. Cuando vio mi rostro, sus ojos se abrieron tanto que pensé que iban a salirse de sus cuencas. Tardé en caer en la cuenta de que los míos habían cambiado de color; no me detuve a descubrir cuál, ya se había dado cuenta de que era diferente. Se levantó y corrió en mi dirección. Sin embargo, no me atacó. Agarró a su compañera en brazos y se la llevó corriendo tan rápido que apenas lo registré.

Me ardía todo el cuerpo. Mis extremidades se sentían lánguidas, inservibles. Había asesinado a un experimento y había herido a otro. No tuve tiempo de celebrar mi victoria, porque vi el cuerpo de mi madre tendido en el suelo y el cambio se apoderó de mis ojos otra vez. Sentí como mis iris se retorcían y aparecía el azul, el color de la tristeza. Lágrimas gruesas se deslizaron por mis mejillas mientras me dejaba caer a su lado.

Mi mamá, mi mamita; la mujer que me había dado la vida, la que me había enseñado todo lo que sabía, la que siempre había estado para mí, yacía muerta frente de mí. Le había destrozado la tráquea hasta que no pudo respirar más, su cuello era una masa extraña en la que se mezclaban las vértebras, la carne y la sangre, sobre todo, la sangre. El olor metálico cubrió el aire, dejándome sin aliento.

Sollocé con fuerza y apoyé mi cabeza sobre su pecho con la esperanza de que me rodeara con sus tibios brazos. Ya no volvería a escuchar su voz al decirme lo mucho que me amaba ni sentiría el calor de su abrazo ni me diría que todo estaría bien. Nunca más compartíamos la mesa ni escucharía su melodiosa risa cuando al contarle un chiste, sin importar que fuera malo o buenísimo.

La furia y el dolor se volvieron uno dentro de mí. Me aferré a su suéter, ese que ya dejaba de tener su perfume para dar paso al pestilente aroma de la muerte.

―Los aniquilaré. Mataré a cada maldito monstruo que se cruce en mi camino, por ti, mamá. ―Besé su mano, que aún conservaba el anillo dorado de matrimonio, y entrelacé por última vez nuestros dedos―. Te lo prometo. ―Apoyé mi frente en el dorso, intentando decir adiós. Pero ¿cómo se hace eso? No quería apartarme de ella. Deseaba que todo fuese una pesadilla y que, al despertar, ella estuviera allí para cobijarme entre sus brazos―. Te amo, mamá. —La voz se me rompió y no pude seguir hablando.

Era hora de irme. No podía estar tanto tiempo fuera. No podría enfrentarme a ningún H. A. V. más.

Con las pocas fuerzas que me quedaban, arrastré el cadáver de mi madre hasta posicionarlo debajo de un árbol. Unas cuantas flores aún salpicaban el césped descuidado, por la que las arranqué y las coloqué sobre su regazo, para luego cruzar sus manos sobre estas y la observé por última vez. Sus ojos color miel, aquellos que un día estuvieron llenos de alegría y amor, pero que en ese momento miraban a la nada. Los cerré con cuidado y deposité un beso en su frente.

No recuerdo el camino de regreso al búnker, ni cómo abrí la escotilla ni cómo entré. Lo único que puedo recordar es que me acosté en la cama, abracé su almohada y lloré hasta quedarme dormida. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Grupo de Facebook: Lectores de Euge.

Grupo de Facebook: Lectores de Euge

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora