Te salvé la vida

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Tessa

Los ojos de Alex se abrieron de terror mientras la imponente mano del monstruo se alzaba en el aire. Iba a hundir la mano en su pecho y él moriría de la forma más horrenda posible. Entonces, vi mi oportunidad. Saqué una daga de mi manga y la lancé con toda mi fuerza. Esta surcó el aire y se clavó en su muñeca. Gruñó de dolor y tiró a Alex al suelo para enfocar la vista en mí. Para ese momento, yo estaba corriendo a toda velocidad y, a ocho metros de distancia, me impulsé hacia arriba y caí sobre él, golpeándolo con mi arco con rudeza. Vi la sangre volar; le había cortado la mejilla.

Enfurecido, tomó el mango y comenzamos a luchar, en un tira y afloja que me terminó acercando a él. Intuí su movimiento, quería pegarme con la cabeza, tal y como había hecho con Alex segundos atrás, pero fui más inteligente y le di un puñetazo certero en la garganta. Se apartó tosiendo y yo solté el arco para rotar en mis manos las dos cuchillas que me quedaban y que estaban manchadas de sangre, al igual que todo mi cuerpo y mi ropa. Mi rostro estaba bastante golpeado y sucio, pero poco me importó cuando miré a Alex, quien me observaba jadeante e incrédulo. Ese mínimo segundo de distracción, me costó un ataque triple.

El sabor pétreo de la sangre inundó mi boca y escupí a un costado. Creí ver un diente, antes de que el H. A. V. se abalanzara contra mí. Su amplio pecho hizo contacto con mi cara y mi nariz se resintió. Harta, clavé mis dagas en sus hombros. Me aparté unos centímetros para trepar por su torso, arrancar las hojas y volver a hundirlas en sus mejillas. Sus ojos comenzaron a sangrar y un profundo gruñido salió de su garganta. Intentó bajarme, pero yo estaba bien sujeta, y, con toda la fuerza que logré reunir, me moví hacia abajo y corté sus pómulos hasta el hueso de la mandíbula. Finalmente, forcé a que abriera lo que quedaba de su boca y metí mi mano hasta el fondo, el cuchillo se ancló en su nuca, rompiendo la cervical y salpicando de sangre el terroso suelo. Saqué la mano, bañada en ese asqueroso y espeso líquido, y me giré hacia Alex.

El comandante me miraba entre atemorizado, orgulloso y, quizá, aliviado. Ni siquiera me molesté en preguntarle si estaba bien, sabía que lo estaba. Tampoco me quedé a averiguar si seguía pensando lo mismo de mí. Le dediqué un apenas perceptible asentimiento y cojeé hasta el arco de salida, donde la mayoría de los H. A. V. se arremolinaban para irse.

Mi mirada se cruzó con un moreno que en los viejos tiempos me habría parecido atractivo. Su expresión era de horror y miedo total. Me temía y eso sembró una semilla de satisfacción en mi interior.

―Váyanse, antes de que acabe con cada uno de ustedes ―bramé. Era una clara amenaza que no tardaron en asimilar, ya que yo me había apoderado de nuevo de un cuchillo y estaba preparada para atacar.

Él me miró y pudo ver en mis iris brillantes color negro que tenía razón. Tras dedicarme un gruñido bajo, salió disparado en dirección al bosque, seguido de menos de una docena de sus hombres. Sin embargo, dos se quedaron rezagados, mirándome desafiantes, y yo alcé las cejas interrogativamente. ¿De verdad creían que no lo haría?

―Vendrá por ti ―amenazó el de la derecha.

Solté una risa falsa, aunque por dentro cada parte de mí temblaba.

―¿Quién? ¿Tú? ―me burlé. Dio un paso al frente―. Quien sea que me quiera, no me tendrá y, si tiene las agallas para enfrentarme, ten por seguro de que no sobrevivirá.

Su atrevimiento se desvaneció en cuanto pronuncié aquellas palabras. Acto seguido, se movió y corrió tan rápido que, por unos segundos, se convirtió un borrón imperceptible.

Las puertas metálicas se cerraron con estruendo. Escuché el murmullo de la electricidad en la cúspide del muro, las centellas azules saltaron, señal de que volvían a estar activas. No cabía en mi mente el por qué alguien pondría en riesgo todo el refugio, o si esa había sido su intención desde el inicio.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora