Aliada

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7 de noviembre de 2022

Tessa

La batalla que se libraba a unos metros de mí quedó en el olvido en cuanto mi mirada se posó en mi mayor adversario, alguien que, por una u otra razón. No era controlado ni liderado por nadie, sino que la maldad era innata en él, o había alguna otra razón que desconocía. Lo podía ver en sus ojos, en la forma en que su boca se torcía hacia arriba en una mueca vil y tenebrosa, en cómo giraba su cuerpo para posar toda su atención en mí. Vi que Diecinueve ya no estaba a su lado, detalle que me preocupó por un segundo, pero que decidí ignorar lo más rápido posible. Él no era mi prioridad por el momento. Jamás le daría la espalda a un enemigo.

Lo único que deseaba era clavar mi cuchillo en su pecho y agujerear su corazón, antes de lanzarlo a los pies de los que quedaban y alzarme victoriosa para que vieran que mi lealtad no había sido quebrantada. Kara ya se habría encargado de hacerlo, pero oírlo y comprobarlo por tus propios medios sería algo completamente diferente.

―Fuiste tú todo este tiempo ―dijo, destilando veneno en cada palabra―. Eres su maldita aliada.

Estiré mis labios en una sonrisa cínica y posé una mano en mi cintura.

―¿En serio creíste que estaba de su lado? Eres más ingenuo de lo que creí.

Sus puños se apretaron tanto que pude ver las venas tensarse en sus brazos. Me pareció ver una chispa de dolor atravesar sus ojos cambiantes, pero se esfumó en cuanto dio un paso al frente. ¿Realmente sería posible que una mole malvada como él hubiera desarrollado algún sentimiento por mí?

La tierra se levantó cuando sus pies iniciaron la carrera, soltó un grito de guerra que pareció el rugido de un león. Sus manos me alcanzaron antes de que pudiera defenderme y me lanzó al suelo con una fuerza exorbitante. Producto del impacto, solté mi arco, el cual fue a parar a unos metros de nuestra posición. Sus uñas, afiladas como garras, se clavaron en mi abdomen desgarrándome la ropa y la piel. Mi sangre manchó el suelo, pero no me importó. La energía contenida crepitaba en mi interior y apenas sentía dolor alguno.

Alcé mi brazo y empujé su pecho hacia atrás. Me incorporé de un salto, jadeando. Inconscientemente, llevé una mano a mis heridas que, aunque sangrantes, parecían superficiales. Tardarían en sanar, y odiaba que ralentizaran mis movimientos. No me gustaba sentirme inútil, de mí dependía que el plan funcionase.

Aterrizó a tiempo antes de que cayera al suelo.

―¡Traidora! ―vociferó antes de volver a atacarme. En sus ojos pude atisbar una vez más la decepción que sentía y, por un mísero segundo, sentí pena por él, lo cual me hizo perder el equilibrio.

Su tacleo casi me hizo caer, pero logré recuperarme y clavé mi cuchilla en su espalda. Se revolvió y me propinó un puñetazo que me hizo ver las estrellas. Tras aquel primer golpe, vinieron cinco más. Sin embargo, yo no abandoné mi posición e intenté frenarlo todo lo que me fue posible.

Extraje dos afiladas y alargadas dagas chinas del interior de mis botas y las sopesé en mis manos, sintiendo una extraña electricidad corriendo por mis venas. Me moví con una agilidad y destreza impresionantes, y corté su ropa, pero era demasiado grande y mucho más musculoso que yo, lo cual me dejaba una única opción: cortarle la garganta.

―Este fue tu plan desde el principio, ¿cierto? ―Moví mi brazo en su dirección, pero la hoja se detuvo a centímetros de su cuello. Me dejó con la guardia baja y me asestó una patada en el estómago. El viento zumbó en mis oídos y rozó mi espalda hasta que esta impactó contra la estructura de piedra.

―Jamás dejaría que unos infelices hicieran de esta tierra un infierno.

―Mira a tu alrededor. Esto ya es el infierno.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora