Pesadillas

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26 de enero de 2022

Tessa

Volví del gimnasio abrazándome a mí misma. El viento había aumentado de intensidad, calándome hasta los huesos. Comencé a correr hasta llegar al edificio de habitaciones, pero, cuando quise abrir las puertas, estas no cedieron. Parecía que las habían cerrado con llave desde dentro. Extraño, nunca mencionaron que se cerraba de noche. Intenté de nuevo, pero no hubo caso. Pestañeé y lo único que encontré fue la pared de concreto blanco.

No había puerta.

Me eché hacia atrás, respirando fuerte. No sentía mis manos de lo frías que estaban y mi rostro hormigueaba.

Me alejé de la edificación, que se sumió en la oscuridad, como si nunca hubiera existido. Todo se transformó y masas amorfas y aleatorias surgieron de la nada y formaron siluetas gomosas.

Aquello debía ser un sueño. Me dije a mí misma que no era real y sacudí la cabeza hacia todas las direcciones, buscando despertarme. Sin embargo, no lo conseguí y empecé a desesperarme cuando escuché gritos. Eran personas, hombres y mujeres, que pedían ayuda, estaban aterrados. Luego, escuché animales. El rugir de un tigre, el aletear de pájaros, el maullido de un gato, hasta el cotorreo incesante de un loro. No entendía qué tenía que ver una cosa con la otra, pero agudicé mi oído hasta que identifiqué voces.

—Experimento número 214 fallido. Limpiar zona. —Era una voz robótica de mujer, una máquina programada.

¿Dónde estaba? Lentamente, el escenario se fue aclarando. Vi todo como si fuera un flash: un hombre yacía sentado en el interior de una cápsula transparente y de sus ojos y boca salía sangre. Dos hombres de bata azul se lo llevaron y entró una mujer. Su mirada celeste resplandecía debido a las lágrimas acumuladas. Abrieron la cápsula y la metieron dentro. Sujetaron sus brazos y piernas para luego inyectarle algo en el cuello. Durante unos minutos, largos y silenciosos, ella parecía estar bien, hasta esbozó una sonrisita, pero su rostro se transformó después del minuto quince. Su boca carnosa se abrió y empezó a soltar gritos de dolor que estremecieron mi alma. Igual que el hombre, su cuerpo se soltó en la cápsula y gruesas lágrimas de sangre recorrieron su rostro.

—Experimento número 215 fallido. Limpiar zona —volvió a decir la voz metalizada.

Cubrí mi boca para no gritar. ¿Qué estaba presenciando? ¿Acaso aquello era o había sido real? ¿Qué tanto era verdad y qué tanto mi imaginación?

La imagen cambió, como si me hubieran agarrado y depositado en un pasillo largo y blanco, con muchas puertas. Supuse que serían habitaciones, pero no me animé a abrir ninguna. Caminé con lentitud hasta que escuché una risita. Era aguda y estruendosa: una niña.

—¡Papi! ¡Me haces cosquillas!

Me acerqué hasta apoyar mi oído en la madera, y, antes de que pudiera tocarla, la puerta se abrió revelándome un cuarto similar al de un hospital. La chiquilla estaba sentada en la cama, retorciéndose de la risa y el que supuse era su padre le picaba el estómago. Luego de unos segundos de tortura, paró su asalto y ella pudo respirar con normalidad.

La alzó en sus brazos, dándole un estruendoso beso en la mejilla, y se dieron la vuelta para salir.

Me congelé por completo. Aquel hombre de bata blanca y cabello castaño era mi padre. Tenía frente a mí a Elton Blandenwell. Y deduje que la niña era yo. Debía tener unos cinco años y estábamos en su laboratorio. Ladeé la cabeza. ¿Por qué no recordaba eso?

—¿Me mostrarás tu oficina, papi? —Él revolvió mis rizos, en aquel entonces, rubios.

—Claro que sí, cariño, pero primero debemos hacer una parada en otro lado, ¿te parece bien?

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora