Furia y sospecha

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11 de febrero de 2022

Tessa

Nos adentramos en la consulta médica. Kara no dejó de abrazarme por los hombros y de mirar fijamente mi mano herida. Mi rostro tampoco estaba de maravillas. Estaba segura que ese golpe dejaría un feo moretón en mi barbilla.

Para mi suerte, Waylon no se encontraba a la vista. Me pregunté dónde estaría. ¿Lo habrán interrogado ya? ¿Estaba haciendo algo ilegal cuando lo vi? Todas esas preguntas me mareaban.

Caminamos hasta un escritorio vidriado que nos separaba de los demás. Kara presionó un botón y el micrófono se abrió.

―Buenas noches, Dalma ―saludó amigablemente.

La mujer de cabellos rubios alzó la vista y sus cansados ojos marrones se iluminaron al ver a mi amiga. Lucía de unos cuarenta años aproximadamente, pero parecía conservar su jovialidad.

―Kara, querida ―dijo con alegría―. ¿Te encuentras bien? ―Su ceño se frunció con preocupación.

―Estoy perfectamente. Mi amiga es la que necesita atención ―respondió.

Dalma asintió con la cabeza y se desplazó hacia atrás en su silla de rueditas. Tomó una carpeta marrón y sacó una hoja. Anotó algo y deslizó hacia nosotras el papel por la abertura del vidrio.

―¿Qué es esto? ―pregunté, tomando lo que me ofrecía.

―Es un permiso. Se lo enseñarás al doctor que te atienda y, depende de tu situación, firmará en la casilla correspondiente.

Miré la hoja. En ella había espacios para anotar mis datos personales, el área en la que estaba, etc. Al final, había dos casillas donde iba a firmar el médico. Una decía que estaba apta para continuar con mis actividades diarias en el ejército y la otra que me tomaba una licencia para recuperarme. Vista mi condición, era evidente que firmaría la segunda.

Le agradecimos a Dalma y caminamos juntas por el eterno pasillo blanco. Mi muñeca dolía como el infierno. No podía apartarla de mi pecho, el simple movimiento me causaba pinchazos agudos. Las palabras de Morena regresaron a mi mente. Estaba enojada con mi padre por todo lo que había pasado, como todos, pero yo no tenía la culpa de sus acciones. Había elegido ese camino él solito, yo solo tuve la mala suerte de tener un padre ambicioso que cedió a la enfermedad de grandeza.

―Señoritas. ―Una voz masculina me sacó de mis pensamientos. Era un señor mayor, pero no tanto como para confundirlo como un abuelo, que nos indicó que lo siguiéramos―. Soy el doctor Díaz, ¿en qué puedo ayudarlas?

―Mi amiga se lastimó la mano mientras entrenábamos ―explicó Kara por mí.

Hice una mueca, porque no estaba diciendo toda la verdad, pero no creía que al hombre le interesara saber que habían intentado matarme.

―Veamos―dijo. Me senté en la camilla blanca, todavía apretando mi brazo contra mi pecho. Él se acercó y me lo apartó con suavidad―. ¿Duele? ―Asentí. Tomó mi mano herida con firmeza, pero sin llegar a lastimarme.

Toqueteó toda la zona preguntándome constantemente dónde me dolía más. Yo solo quería que me soltara.

Kara, que estaba sentada en una de las sillas negras, preguntaba a cada rato qué tenía.

―Quiero hacerle algunas placas para asegurarme, pero puede tratarse de una rotura o un esguince.

¿Esguince? Yo había visto los huesos de mi mano salirse de lugar. Según sé, eso no era un esguince, era una maldita muñeca rota.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora