En marcha

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7 de noviembre de 2022

Tessa

Tal y como había prometido, logré retener a mi padre durante cuatro días.

Mi sangre hervía cada vez que lo escuchaba hablar sobre cómo haría pagar a los soldados por lo que me habían hecho, pero yo me mantenía callada e inmutable. Diecinueve comenzaba a preocuparse, pero le expliqué todo en cuanto nos fuimos a cazar al monte.

Por las tardes, veía a mi padre trabajar en el aparato que bloquearía las redes eléctricas de la base mientras fingía que lo ayudaba.

Al tercer día me senté en una roca en lo alto de una montaña y observé el atardecer. No planeaba dormir, solo quería estar sola con mis pensamientos, puesto que al día siguiente partiríamos hacia Oregón. Todo podría salir muy bien o muy mal, y yo rogaba que la segunda dejase de ser una opción. Miré hacia el cielo y recé por mis amigos y por mi madre. Esperaba que estuviera orgullosa de mí, que viera que estaba cumpliendo mi promesa. Deseé que Ray estuviese a mi lado, él me habría apoyado en todo y hubiera dicho algo como: «Vamos, Tess, patéales el culo a esos experimentos». Sonreí por un segundo; Carter, a veces, me recordaba a él y eso me hacía sentir menos perdida.

Apreté los puños y me quedé allí hasta que las primeras luces del amanecer iluminaron el firmamento, momento en el que apareció Diecinueve para avisarme que ya habían comenzado con los preparativos.

Tensa y con los ojos entornados, luchando para no cambiar y revelar lo que en verdad sentía, descendí hasta las casas. En un principio, había creído que haríamos una peregrinación eterna, pero mi padre me comunicó que había fabricado varios automóviles inteligentes y que había guardado sus prototipos en algún sitio. No obstante, sentía un enorme peso en mi corazón que hacía que me doliera respirar; algo iba mal, y no me gustaba para nada ese sentimiento.

―¿Lista, cariño? ―me preguntó papá, parándose frente a una larga compuerta cubierta de enredaderas y moho. Estaba claro que había estado allí durante mucho tiempo.

Asentí, pues me creía incapaz de controlar mi voz.

El garaje era enorme, seguramente había sido utilizado como almacén o como ático para desechar cosas de los vecinos, pero mi padre lo había reformado hasta un punto sin retorno. Era un espacio gigantesco, y contenía un par de dispositivos electrónicos en proceso que se asemejaban mucho a los teléfonos, lo que me llevó a pensar que, quizás, se trataban de aparatos de comunicación. Sin embargo, mi análisis se detuvo y mi expresión cambió por completo cuando vi hacia qué se dirigía.

De haber visto La guerra de las galaxias, hubiese creído que mi padre había realizado una réplica exacta de la nave. Se trataba de un vehículo inmenso que poseía unas pocas ventanas de vidrios polarizados y estaba construido de un material gris reluciente, que según mi padre era tungsteno, el metal más resistente del mundo. Me pregunté cómo lo había conseguido, pero preferí no exteriorizarlo al caer en la cuenta de que prefería no saber la respuesta.

―¿Cabemos todos aquí? ―pregunté, pasando mi mano por la compuerta que conducía al interior.

―Por supuesto. ¿Por quién me tomas, Tess? Anda, entra —dijo, mientras presionaba la palma de su mano derecha contra el metal, tras lo cual apareció un holograma y una voz robótica dijo:

―Solicitud concedida. Bienvenido a bordo, Elton Blandenwell.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente.

―¿En qué rayos convertiste a Siri? ―se me escapó.

Mi padre me dedicó una sonrisa traviesa antes de que la puerta se hiciera a un lado, dejando ver un interior amplio y repleto de asientos ordenados como si se tratara de un avión. Paseé la vista por los cinturones, sujetos al cabecero. Era tan futurista que me costaba creer que fuera verdad.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora