8 de agosto de 2022
Tessa
El viernes llegó por fin. Las prácticas habían ido bien, por lo que les había dado el día libre para que pudieran descansar. Yo había decidido que no podía aprovechar mejor aquel momento para dar una vuelta y pasar tiempo conmigo misma. En el momento en que abandoné el grupo, supe que había cometido un error.
Poco después de apartarme del resto, me percaté de que alguien me seguía, por lo que decidí desviarme hacia el bosque. Allí me escondí detrás de un árbol y esperé a que pisara una rama. Lo hizo, cayó en ese viejo truco, y salí a toda velocidad. Era un soldado del Primer Comando, estaba segura, por la forma en la que su cuerpo reaccionó, de que lo había estado entrenando, y también cien por ciento convencida de que había pensado que podría vencerme.
―¿Qué rayos piensas hacer? ―le pregunté con mi mano rodeándole el cuello y apretando su cuerpo contra la corteza.
Gruñó, demostrándome su enojo y otra cosa más, algo bestial.
―Dijiste que nos entrenabas para sobrevivir a los experimentos ―espetó. Un poco aturdida, no me di cuenta y aflojé mi agarre. Él aprovechó y se dio la vuelta en un movimiento rápido que apenas distinguí. Ahora era yo la que estaba acorralada―. Tú eres uno, pensé que también contabas. ―Hablaba como un psicópata, como si estuviera dispuesto a hacer lo que fuera para salvaguardar su vida y la de todos los demás.
―Si me matas, todo el esfuerzo que hemos estado haciendo se irá a la mierda y ya no tendrán un plan de respaldo ―dije entre resuellos. Su enorme cuerpo me estaba asfixiando, junto con su antebrazo en mi pecho.
―Correré el riesgo.
Sin que pudiera anticiparlo, me clavó una daga en el abdomen. Ahogué un grito al sentir que la afilada punta rozaba mi pulmón y la sangre subió por mi esternón, llegando a mi garganta y humedeciendo mis labios. La hundió más, perforando el órgano y haciendo que soltara un gemido, casi un alarido. Me estaba torturando, de verdad creía que me lo merecía, que yo era como los otros y que no valía la pena que siguiera viva. Después de todo, sabía que no me había ganado su completa confianza. Quedaban otros como mi agresor, seguramente esperando el momento para verme morir y arrancarme la cabeza con sus propias manos, tal y como les había estado enseñando, y presentía que lo disfrutarían.
Estaba viendo mi muerte delante de mí, pero algo o alguien lo detuvo. De repente, fue arrancado de mi cuerpo. Vi que su cabeza golpeaba contra las raíces de un roble y quedó inconsciente al instante. No me quedé a averiguar si había muerto o no, salí cojeando de allí, respirando con gran dificultad y esperando encontrarme con alguien que me ayudara. No había nadie. Los caminos estaban desiertos, todos se reunían en el comedor para una rica y merecida cena.
Y yo estaba afuera, con un cuchillo hundido en mi cuerpo y desangrándome a toda velocidad.
Eso no me mataría, necesitaba mucho más para que mi esencia desapareciera de forma definitiva, pero ¡vaya que dolía! Sentía un fuego ardiente naciendo en el lugar de la herida y envolviendo mis extremidades y mis articulaciones. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, mi pecho subía y bajaba de forma arrítmica y ya casi no me funcionaban las piernas.
Caminé a rastras hasta el edificio de habitaciones y me monté en el ascensor. Me apoyé en la pared metálica, agarrándome el abdomen y haciendo presión. Unos borrosos segundos después estaba en mi cuarto, perdiendo el sentido de la vista. Sentía la piel de alrededor de la cuchilla intentando regenerarse, buscando cerrarse y protegerme de la invasión, pero con cada movimiento el puñal se enterraba cada vez más. Caí al suelo de costado, mi cabeza golpeó la silla y me hice un corte grande en la frente. No era de vital importancia, sin embargo.
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1. La extraña ©
Ciencia FicciónAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...