Sacrificio

276 28 0
                                    

Tessa

Íbamos camino a encontrarnos con Marcus, quien había ocupado el lugar de Max, luego de que este fuese hospitalizado. No lo había conocido aún, pero, por lo poco que sabía, era un joven bastante despierto, aunque muy despistado. Las veces que Kara se había escapado para ir a verme a San Diego, Marcus jamás lo había notificado. Dudaba de que hubiera revisado las grabaciones de aquellas noches, ni mucho menos las que mostraban a Waylon y Morena cuando habían logrado escapar del mismo edificio. Quizás no fuera de fiar, pero necesitábamos saber cómo habían derribado las protecciones del refugio para volver a construirlo y no cometer el mismo error dos veces.

Las puertas metálicas se abrieron y encontramos al chico sentado en una silla giratoria, con los pies sobre el escritorio y un paquete de frituras en el regazo. Por lo menos estaba prestando atención a su trabajo real y no jugando videojuegos. Marcus era un pelirrojo adolescente un año menor que yo, o eso aparentaba; flacucho, con lentes grandes que me recordaban a Betty, la fea, y una bata que seguramente había pertenecido a Max, pues le quedaba demasiado holgada.

―Soldados, lo siento. Qué vergüenza... ―se lamentó cuando nos vio acercarnos.

―Está bien, Marcus. ¿Te encuentras sano y salvo? ―preguntó Alex.

El chico asintió mientras se limpiaba las manos grasosas en los vaqueros.

―Nadie llega hasta aquí arriba si no notan que hay un ascensor. Parecen olvidar que existo y eso es genial.

Tenía pinta de ser un nerd en toda regla, el típico muchacho que en el instituto andaba con los brazos repletos de libros y la cabeza gacha, procurando no llamar la atención de los bravucones. También lucía simpático e inteligente, e inspiraba confianza con esos hoyuelos que me recordaban a Ray. Mi corazón se apretó y cambié rápidamente de tema.

―Necesitamos la grabación de hace una hora y media.

Apresurado, Marcus volvió a sentarse en su silla y se deslizó, gracias a las rueditas de esta, hasta el primer teclado de la izquierda. Introdujo unas coordenadas, sumado a la hora en la que los H. A. V. habían irrumpido en la base y la pantalla del centro se iluminó con el video. Todo estaba en silencio y tranquilo cuando las paredes comenzaron a resquebrajarse, para posteriormente desprenderse por completo.

―Es todo lo que pude registrar. Si me dicen de la cámara del bosque...

Se desplazó hacia el medio, justo debajo de la pantalla donde estaba el vídeo, y tecleó el número de serie. Finalmente, el bosque apareció frente a nosotros. Filas y filas de experimentos se amontonaban alrededor, acorralándonos. Vi que aquel que tan celosamente odiaba por haber asesinado a Diecinueve sacaba de una mochila un artefacto similar al que habían utilizado para entrar a la base cuando yo había fingido ser una de ellos. Este era mucho más grande y titilaba con un brillo rosáceo. Lo colocó en la puerta, por la que habíamos ingresado la primera vez, y este se aferró al metal, reconociendo la tecnología. Luego extrajo un chip del bolsillo de sus vaqueros y lo introdujo en el centro. Tres minutos después, todo explotó, por lo que deduje que aquella tarjeta debía ser un código de autodestrucción, similar al que Waylon había utilizado para causar el derrumbe en la zona de viviendas 1.

Mi padre no era ningún idiota. Sabía que lo traicionaría. Sabía que, si yo me negaba, todo mi plan quedaría al descubierto, y podría dar la orden de que me mataran en cualquier momento. Sacudí la cabeza, comprendiendo por fin que en él ya no quedaba nada bueno que pudiese rescatar. Si la toxina era lo suficientemente fuerte para matarlo, la segunda parte del plan ya habría quedado cubierta, pero, en caso de que sobreviviera, nos encargaríamos de aniquilarlo.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora