23 de agosto de 2022
Alex
No sé cómo describir lo que sentí durante el mes siguiente. Era como un peso asentado en mi estómago que no desaparecía con nada, ni siquiera con el exhaustivo ejercicio al que estaba habituado. Nada en este mundo pudo prepararme para lo que había sucedido apenas me levanté de la cama aquel domingo por la mañana.
La noche anterior había hecho el amor con Tessa. Había sido increíble, sentirla contra mí, finalmente juntos, como si nada hubiera pasado y estuviéramos bien de nuevo. Cuando desperté, su aroma impregnaba mi almohada, pero no había rastros de ella. Su lado de la cama estaba vacío, lo cual me extrañó. Había imaginado que la besaba y la mimaba antes de levantarnos para ir al trabajo, tal y como lo haría una pareja normal. Al principio, creí que necesitaba darse un baño. Podría ponerse mi ropa, sabía que no tenía problema con ello, pero tampoco estaba en la ducha, ni tampoco en la cocina o el living, en definitiva, no estaba en ningún lado.
Desconcertado, llamé a Kara para saber si había ido al departamento que compartían, pero me dijo que no la había visto desde la noche anterior. Sonó igual de preocupada que yo y me prometió buscarla en caso de que no la viera, mas no obtuvimos resultados. No sabía por qué me alarmaba tanto, quizás era una de sus bromas para hacerme pagar por todo lo que había hecho pasar. Quizás estaba en el comedor, desayunando junto a Rose, a quien consideraba una madre, pero, cuando la busqué allí, tampoco estaba. Rose tampoco la había visto y se alarmó al saber por qué la buscaba, sin embargo, me apresuré a tranquilizarla.
Pregunté por todos lados, ningún soldado la había visto y mi desesperación creció. Le marqué al teléfono, pero me daba al buzón. Al poco tiempo, la voz robótica informó que el aparato estaba apagado. ¿Estaría evitándome? Eso dolería infiernos, sería un retroceso en lo poco que habíamos conseguido. No podía pensar en ella abandonándome por venganza. A no ser que no fuera en mi contra...
Al llegar a esa conclusión, le pedí a los chicos que revisaran los alrededores. Debía haber señal de ella por algún sitio. Andrew informó que faltaba una camioneta en el estacionamiento y habían saboteado las armas del campo de entrenamiento. Se habían llevado un arco y dos aljabas más unos cuantos cuchillos. Era imposible que no lo notáramos. Sin embargo, estaba lejos de preocuparme por la falta de bastimento, necesitaba encontrar a Tessa.
Eran las diez de la mañana cuando me dirigí al comedor. Tenía hambre y necesitaba comer para el entrenamiento de la tarde. Tal vez la viera allí, de pie en la tarima, luciendo como una maldita diosa y volviendo locas mis hormonas. Al entrar en el salón, solo encontré a Kara y a Carter. Ella estaba llorando a moco tendido sobre la mesa y él intentaba calmarla. Veía su cara de terror, quizás tenía miedo de que lo dejara, pero la rubia no dijo nada.
―Hey, Kara. ¿Qué sucede? Habla con nosotros.
Por toda respuesta, recibimos un sollozo. La última vez que la había visto llorar de esa manera había sido cuando había descubierto por primera vez que Andrew la engañaba. Por un momento, volví a ese día y pude vernos a Carter y a mí, en el campo de entrenamiento número cinco, uno a cada lado de ella, intentando consolarla. Por aquel entonces, ella seguía con aquel infeliz y hacía caso omiso de los sentimientos de Carter. Cuando Tess llegó, había sido la única que había logrado hacérselo ver. Entonces, mi cerebro conectó los cables y las palabras que salieron de mi boca se sintieron pesadas:
―¿Tiene que ver con Tessa? Dime que no, por favor.
Ella lloró más fuerte y mi pecho se apretó. ¿Le había pasado algo? ¿Estaba bien? ¿Dónde se había metido? Deseé que solo fuera una pelea entre amigas, no obstante, no podía ser tan serio como para que Kara temblase como si su corazón se hubiese roto y la simple idea de pensar en lo sucedido la partiera al medio.
―Amor, dinos, por favor. ¿Tess está bien?
―¡Tess se marchó! ―explotó. Abrí mis ojos de par en par hasta que escocieron. No podía parpadear, sus palabras me habían paralizado―. ¡Se fue anoche! El guardia de la entrada dijo que la vio salir con la excusa de vigilar al prisionero H. A. V. Le dijo que tú se lo habías pedido y que era urgente que ella cumpliera con esa tarea. Marcus nos llamó hace un rato. Dijo que la celda del H. A. V. estaba vacía y captaron una 4x4 saliendo del refugio a las cinco y media de la mañana.
No, no podía ser.
―¿Qué? ―La palabra salió débil, como si me hubieran arrebatado las fuerzas y las hubieran tirado lejos.
―Lo siento, yo... ―comenzó a decir, pero no pude escuchar lo siguiente.
Salí al exterior, sintiendo un horrible dolor en mi corazón. Mis ojos se humedecieron y pronto sentí las lágrimas bajar por mis mejillas. La energía que tenía dentro era tan poderosa y arrolladora que me creí capaz de tirar abajo un saco de boxeo de un puñetazo. En lugar de eso, corrí en dirección al bosque. El olor a pino y frutos secos me invadió, pero no era lo suficientemente fuerte como para aplacar el aroma de Tess. Su fragancia, su esencia, se había quedado grabada en mí tan profundo que sentía como si me golpeara una bola de demolición. Me era imposible no recordar que allí habíamos compartido uno de nuestros momentos más íntimos.
Me alejé tanto como pude y, cuando estuve agotado, me senté contra el primer tronco que encontré y escondí la cabeza entre mis rodillas. Había una razón para que no me hubiese dicho nada, pero ¿cuál?
Grité de frustración, sin importar que me oyeran. Me sentía dolido porque no había pensado en mí. O tal vez sí lo había hecho y el acto de la noche anterior había sido una demostración. Me odié por no haberlo sentido como tal; podría haberme dado cuenta, pero no, en lugar de eso había pensado con mi pene y no había visto más allá. Me maldije por eso.
No sé cuánto tiempo estuve allí sentado, profiriendo toda clase de insultos, cada vez más preocupado por ella. ¡Dios!, la amaba y no podía con la idea de que le sucediese algo. La simple idea de tenerla lejos y de que estuviera en peligro me provocaba una sensación amarga y violenta. No podía pensar en ella cubierta por una sábana blanca y con los ojos abiertos e inexpresivos.
Me consideraba ateo, pero si había alguien allá arriba que estuviera escuchando lo que decía mi corazón, esperaba que entendiera y que cuidara de esa mujer tanto como fuera posible.
La necesitaba tanto que dolía, pero no podía desmoronarme y llorar hasta que se me secaran los ojos. Lo haría cuando llegara a mi cuarto, enterrara la cara en la almohada en la que ella había dormido y sintiera su aroma. Ahí descargaría todo lo que me guardaba, pero en ese momento no me lo podía permitir, tenía que volver a la civilización y centrarme en los próximos pasos a seguir. Era el comandante y debía hacerme cargo de mi puesto, a pesar de que no sabía cuánto tiempo podría aguantar.
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1. La extraña ©
Science FictionAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...