En alguna parte de Estados Unidos
11 de enero de 2022
Alex
Aquella mañana era más fría que de costumbre. El viento soplaba sin piedad y parecía que estaba a punto de llover por las nubes densas que cubrían el cielo. Salí de la base, cerrándome la cremallera del abrigo militar. Me estaban esperando. El Jeep estaba listo para irnos, con la gasolina al tope y unos cuantos tanques de repuesto en la cajuela. Qué día horrible para ir en busca de sobrevivientes.
—Alex, ya estamos listos —me informó Stephanie, abrochándose el chaleco antibalas.
Luego de que me entregara mi arma y nos montamos en el vehículo. En el asiento trasero, venían Kara, Andrew y Carter, otros miembros del equipo. De todos, ellos eran en los que más confiaba. Nos dirigíamos hacia Los Ángeles. Sabíamos que era una ciudad perdida, pero era nuestra obligación verificarlo y registrar cada milímetro. Nosotros entraríamos por el oeste, mientras que el otro grupo por el sur para cubrir más terreno.
—Maldito frío —se quejó entre dientes Carter, el más joven de todos. Se había unido al grupo hacía poco y podría decirse que había sido por contactos, en este caso gracias a que era el primo de Stephanie.
—Deja de ser una niñita —se burló la morena a mi lado.
Kara le pateó el asiento, a lo que ella gruñó y le levantó el dedo del medio.
—Déjense de idioteces —advertí, acomodando el fusil entre mis piernas, de modo que no me estorbara para conducir.
Encendí la camioneta y nos pusimos en marcha. Las puertas metálicas de la base se abrieron ante nosotros, así como las del refugio, más adelante. Había una mujer subida a uno de los postes, seguramente haciendo el control de la tarde. Nuestra guarida estaba protegida por una gran muralla eléctrica que impedía la entrada de cualquiera y la salida únicamente era autorizada desde el interior.
Conduje a través del frondoso bosque que nos separaba de la ruta principal. Nos tomaría unas horas llegar a la gran ciudad, y yo rogaba porque fuera un viaje tranquilo, sin embargo, sabía que era imposible teniendo a Andrew y Kara, que además de ser pareja, eran un dúo dinámico que no se cansaba de hablar de cualquier cosa. Que si el cielo era azul o naranja y demás cosas absurdas. En ese momento, discutían si Stephanie debía teñirse el cabello o cambiar de cara, para cubrir su expresión amargada. Debo reconocer que con ellos nunca me aburría.
—Estamos en guerra, Andrew, ¿dónde se hará una cirugía plástica? —Kara picó. Stephanie se había mantenido seria, pero por la forma en la que sujetaba el fusil pude darme cuenta de que quería lanzarla—. Quizá si se pintara el cabello de rosa chicle... No, ni así.
—¿Quieres callarte? —gruñó ella, mirando por el espejo retrovisor. Kara levantó las manos en señal de derrota, pero soltó una risita pícara por lo bajo.
Anduvimos un largo rato en silencio, en compañía de los relámpagos lejanos que amenazaban con desatar una tormenta. El olor a humedad había invadido el aire, pero había algo más, un hedor que me hizo arrugar la nariz. Era la inconfundible fetidez de la putrefacción, demasiado potente para tratarse de un humano.
De inmediato, me estacioné a las afueras de la ciudad. Andrew y Carter empujaron el coche debajo de unas placas de metal y empuñaron sus armas.
Todo estaba abandonado, pero lo que había llamado mi atención era la pestilencia de la sangre.
Kara, quien se encontraba delante de mí, se acercó al hoyo de tierra que estaba a un lado de la carretera. Palideció y las manos que sujetaban el arma temblaron. Cuando sus ojos se enfocaron en mí, reconocí la emoción que se reflejaba en esos iris claros: terror. Me acerqué a ella, apuntando mi fusil hacia el foso, esperando encontrarme con algún H. A. V.
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1. La extraña ©
Ciencia FicciónAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...