Túnel blanco

2K 252 62
                                    

Fecha desconocida

Tessa

Un nubarrón blanco se extendía por mis ojos cerrados, haciendo que me escocieran las retinas. Todo mi cuerpo estaba extrañamente relajado, y no podía moverme. Era consciente de que mis manos descansaban sobre mi abdomen y mis tobillos estaban sobre una superficie blanda. Me recordaba al almohadón que tenía mi madre, uno de color marrón claro con arabescos dorados. Siempre que sufría algún mareo, levantaba mis piernas y las apoyaba sobre él. Era curioso que aún pudiese recordar aquella sensación.

Sentía mi frente fría y húmeda, como si alguien hubiera colocado un paño mojado allí.

Abrí los párpados y un ramalazo de miedo me atenazó las entrañas cuando noté que unas gruesas costras cubrían mis ojos, impidiéndome ver. Jadeé y giré la cabeza, buscando quitármelas con el movimiento de mis hombros, ya que no podía mover las manos, pero fue inútil.

―¡Ayuda! ―grité.

Me paralicé en cuanto escuché unos pasos, antes de sentir que de unas suaves manos me quitaban la resequedad de mis ojos. Una nueva tela mojada limpió mis párpados con paciencia, aliviándome por completo.

―Aquí estoy, cariño.

Esa voz, femenina y calmada, era capaz de ahuyentar todos mis demonios. Jamás podría olvidarla. Estaba presente en cada uno de mis sueños, impresa en mi memoria. Si bien se había ido distorsionando con el tiempo, ahora la escuchaba con claridad y mi pecho se llenó de emoción.

―¿Mamá? ―pregunté, arrastrando las palabras.

―Sí, nena.

Sentí las yemas de sus dedos acariciarme el cabello, desde la raíz hasta la punta, llevándose un par de nudos en el camino. Aquello lo hacía cuando era pequeña, para ayudarme a dormir mientras me leía un cuento o para ayudarme a que me relajara cuando me ponía histérica.

Un sollozo agudo brotó de mi garganta.

―¿Qué me está pasando? ―pregunté.

Fui capaz de imaginar su expresión, turbada y desconsolada, pero su tono fue controlado.

―Todo estará bien.

―Quiero verte. ¿Por qué no puedo? ¿Por qué estás aquí?

―Porque soy tu madre y siempre te protegeré. ―Su dedo índice se deslizó por mi mejilla con dulzura―. Estarás bien, mi amor. Descansa.

Y, como si su voz fuera un interruptor, mi organismo se apagó.

Cuando me desperté de nuevo, lo hice con la necesidad de levantarme y caminar, pero mi cuerpo lánguido e inmóvil me recordó que no podía. Mis ojos continuaban cerrados, y, por mucho que me esforzara, no lograba abrirlos. Cada vez más frustrada, gruñí. Mi madre seguía allí, acariciando mi mano con dulzura.

―¿Cómo te sientes? ―preguntó, sin dejar de mover su pulgar en el dorso de mi muñeca.

―Inválida.

Dos minutos después, mi estómago dio un vuelco cuando la cama se movió. Mi espalda quedó apoyada contra la pared de una textura sorprendentemente suave y un líquido dulzón mojó mis labios.

―Come ―pidió.

Degusté el sabor y comprobé que se trataba del plato que a ella le encantaba preparar: pollo con especias.

―Gracias ―musité.

Una vez terminé de comer, mi madre me arrulló y cambió los paños de mi frente y de mis talones antes de regresarme a la postura inicial. Quise preguntarle de nuevo sobre lo que me estaba sucediendo, pero mi boca se selló contra mi voluntad, por lo que, me limité a disfrutar de su compañía.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora