Entrenadora Tessa

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19 de junio de 2022

Tessa

La noche estaba hermosa, un notable contraste con mi deteriorado humor. No tenía sueño, sentía que mis emociones se desbordaban con cada minuto que pasaba y no sabía cómo sacarlas de mi sistema. Divisé entonces la luz del comedor y me dirigí hacia allí, pensando en que, quizá, un buen té con galletas me ayudaría a dormir.

Comprendí que había sido un error en cuanto atravesé las puertas. Varios miembros del Primer Comando estaban sentados bebiendo café. No les presté atención y continué mi camino hacia el mostrador, donde Rose estaba sirviendo té en algunas tazas para repartir.

―Hola, Rose ―saludé, decaída. Ella, como siempre, me dedicó su más cálida sonrisa.

―¿Qué tienes, hija? ―preguntó, dejando la tetera a un lado y tomándome las manos con suavidad―. Escuché lo del funeral, ¿tenías algún amigo allí? ―Asentí, sintiendo mis ojos llenarse de lágrimas y mis iris cambiar de color. Ella, lejos de asustarse, estiró una mano y me acarició la mejilla con el dorso―. ¿Quieres hablar de ello?

―No, gracias. No quiero sentirme triste ―dije con sinceridad. Ella entendió y se dio la vuelta para buscar en los cajones un nuevo sobre de té y una taza para mí. Lo sirvió en silencio y me lo tendió―. ¿Quedan galletas?

―Sabes que siempre te guardo unas cuantas.

Sacó un gran frasco lleno de ese manjar que tanto amaba y me acomodé en una silla mientras ella secaba algunos vasos. Sus compañeras salieron de la cocina y se llevaron las tazas humeantes en una bandeja, sin siquiera dirigirme la palabra.

―Siento que no encajo aquí ―confesé―. Todo el mundo me odia y estoy en constante peligro de que atenten contra mí.

―Estás a salvo. Alex se encargará personalmente de ello.

Mi sorpresa alcanzó niveles estratosféricos. ¿Había oído bien? Mi boca se abrió y mi sonrisa fue muy difícil de ocultar.

―Ese chico te quiere, a pesar de los errores que haya cometido. ―Fruncí el ceño. Una parte de mí, la que seguía enamorada, quería darle la razón; pero la otra, la orgullosa y vengativa, hacía oídos sordos a las súplicas de mi agrietado corazón―. No lo quieres perdonar aún, ¿verdad?

―No, no se lo merece, Rose. Las cosas que está haciendo es lo que haría cualquier comandante para salvaguardar la vida de un soldado. No es porque quiera mi atención, si lo quisiera... En realidad, no importa. Le daría un buen rodillazo en sus partes nobles por no respetar mi espacio.

―Dale una oportunidad.

―No, aún no.

Terminé de beber mi té charlando de trivialidades. Rose, a pesar de su edad y de la situación, tenía un contagioso sentido del humor. Sentía que era una persona incapaz de guardar rencor y que perdonaba con facilidad, ya que su corazón no soportaría perder a sus hijos, porque en cierta forma eso éramos.

Nos despedimos cuando el reloj marcó las tres de la madrugada. Ella tenía que descansar y aprovechar que tenía el día libre y podría dormir largo y tendido.

Me quedé un rato más en la mesa, trazando con el dedo los arabescos de la madera. Mi cabeza divagaba. Trataba de no pensar en el reciente entierro de mi amigo, por lo que me enfoqué en el acertijo que se había formado en mi mente durante el último mes. Eran tantas cosas que me daba migraña de solo pensar. Si intentaba razonarlo, seguro que hasta me salía sangre de la nariz.

¿Dónde estaba Waylon? Luego de que me dijeron que Max estaba en el hospital por su culpa, no volvieron a mencionarlo. Quizá había conseguido huir o se estaba escondiendo en algún lugar de la base que el ejército desconocía. Las posibilidades eran innumerables y no sabía cuál podía ser la correcta.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora