1 de diciembre de 2022
Tessa
Primero percibí una intensa corriente de viento, como si el invierno hubiera llegado para atormentarme. Luego sentí que me elevaba, que todo mi cuerpo flotaba en un mar sin olas ni sonido, rodeada por una calma infinita para después descender en picada. Abrí la boca, porque tenía esa sensación de estarme ahogando. Me pareció que aquello duraba horas, pero solo fueron unos pocos minutos. Unos eternos y horribles minutos que amenazaron con hacerme enloquecer, pero con eso llegó la sensibilidad en mis manos. Estaban posadas en algo suave y mullido. Había cierta calidez alrededor de mis pies, y unos dedos los masajeaban con suavidad. ¿Acaso había muerto y revivido en un spa?
Pero no, aquello era imposible. Quien masajeaba mis pies con tranquilidad y una paciencia envidiable era un enfermero o un doctor. Pude ver su bata azul claro cuando entreabrí mis ojos. Me equivocaba, no era solo uno, eran cuatro y se congregaban en mi alrededor como si fuera su conejillo de indias favorito.
Algo en la habitación comenzó a salirse de control. Un pitido que antes era constante ahora se alocaba, justo como mi corazón, que saltaba en mi pecho. Me embargó una sensación incómoda al ser observada y analizada, me sentía como en mi pesadilla, enclaustrada en una cápsula de vidrio con decenas de ojos mirándome. Con ese pensamiento dando vueltas, me senté de golpe, en una reacción instintiva.
―No puede ser ―murmuró un hombre a mi izquierda, cuyo semblante se llenó de terror. Su cabello cobrizo se recogía en una coleta baja, cayendo largo detrás de su espalda; sus ojos azules brillaban con reconocimiento y temor. Instantáneamente, mi cerebro lo asoció con un fantasma, alguien que había visto constantemente en mis recuerdos durante la estadía en aquella cama en compañía de la imagen de mi madre.
―Waylon ―logré pronunciar con voz rasposa.
No tengo idea de cómo lo hice, pero mis piernas se movieron a un lado y mis brazos tiraron de las sondas que me mantenían conectada a una bolsa de suero, antes de pararme, lista para defenderme. Mi mano derecha voló y lo sujetó por el cuello, empotrándolo contra la pared. Apreté los dientes, sintiendo la ira subir por mi espalda, poniéndome la piel de gallina y haciendo que mis ojos cambiaran de color.
―¡No te bastó con arrebatarme la vida que ahora vienes para acabarme de nuevo! ―le grité, o eso intenté.
―¿Quién es Waylon? ―dijo con dificultad.
Envalentonada, golpeé su espalda con fuerza, hasta que las partículas de yeso de la pared salieron volando. Sus ojos se voltearon hacia atrás, haciéndose cada vez más blancos por la niebla de la muerte.
―¡No! ―escuché detrás de mí.
Alguien me apartó con fuerza, haciéndome resbalar y caer al suelo. Mis extremidades adormecidas se resintieron, pero estaba llena de una energía que no comprendía, por lo que me recompuse rápidamente y me giré hacia atrás, lista para defenderme en caso de que fuese necesario.
―¡Casi lo matas! ―exclamó uno.
―¡Él quería matarme! ¡Todos quieren matarme! ―dije en el mismo tono.
El chico rubio que me había empujado me miró, negando con la cabeza y alzando las manos en señal de paz.
―No estamos aquí para lastimarte, Tessa.
De mi garganta brotó un gruñido trabajoso, como si llevara meses sin poder hablar. Mi lengua se sentía pesada en mi boca, parecía que estuviese borracha. Arrastraba las palabras y dudaba que se me entendiera, aun así, lo intenté otra vez:
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1. La extraña ©
Science FictionAlgunos años atrás, la sociedad funcionaba de manera relativamente normal. La gente caminaba por las calles hablando, riendo, sin otra preocupación que tener comida rica en la mesa, comprarse ropa de temporada o tratando de que los bandidos no les r...