Verdad descubierta

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26 de abril de 2022

Tessa

Me había quedado congelada en mi lugar, incapaz de creer lo que mis ojos veían. Mi mejor amiga estaba allí y era uno de ellos. Era una H. A. V. y lucía dispuesta a lanzarse sobre mi cuello. Al instante, mis recuerdos con ella fluyeron libres por mi memoria. Mis brazos, los cuales sostenían el fusil con el que los apuntaba, cayeron como si fuesen de goma.

Recordé las tardes que habíamos pasado en casa, las galletas con chispas de chocolate que preparaba su madre siempre que me quedaba a dormir porque sabía que eran mis favoritas; nuestras pijamadas épicas en las que nos quedábamos despiertas hasta altas horas de la madrugada fantaseando con la saga Crepúsculo; las salidas al centro comercial, las fiestas, las desilusiones amorosas... Todo me golpeó como una bola de demolición.

―Christine... ―susurré, aún sin poder creerlo―. Creí que...

―Tiempo sin verte, amiga ―escupió con sorna. La ironía en su voz caló profundamente en mi corazón y miré fijamente sus ojos brillantes.

―No lo entiendo... Te perdí en la marea de gente, vi cómo te habían atravesado el estómago, yo...

Frunció el ceño y tanteó aquella zona de manera inconsciente.

Años atrás, cuando todo había comenzado, Christine había salido corriendo de su casa. Esas bestias la habían reducido a cenizas, enterrando a sus padres y toda su infancia en cuestión de segundos. Ella, aterrada, había acudido a mí. Había corrido tres manzanas hasta llegar a donde me encontraba, pero no pude reaccionar a tiempo. Mi padre nos arrastró lejos apenas vio que un H. A. V. la cogía en volandas por la cintura e introducía su mano en la herida de su abdomen.

Creía que la había perdido, que mi mejor amiga había fallecido, pero allí estaba, de pie frente a mí; y ella y su grupo nos habían tendido una trampa, por algún motivo que desconocía.

A mis espaldas, escuché los pasos de mis compañeros. De reojo, vi que tenían las armas listas, preparados para un enfrentamiento.

―Eres tan ingenua, Tessa ―espetó Christine. Se apartó un mechón de cabello negro azabache de la cara y miró a sus secuaces―. Siempre lo has sido.

Tragué con fuerza y contuve las lágrimas, sintiendo el cambio picar detrás de mis ojos, punzando por salir. Apreté los puños e hice oídos sordos a lo que me decía Alex. Me preguntaba quién era ella, qué estaba pasando, pero su voz solo un murmullo lejano, un susurro pululante en el fondo de mi cabeza.

―No sé de qué estás hablando.

Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Los otros dos H. A. V. emitieron un gruñido feroz que hizo temblar la tierra.

―Claro que no.

Dio un paso al frente y todos mis instintos despertaron. Levanté el brazo y puse la mano en la boquilla del fusil de Alex. Me miró, desconcertado, pero no emití sonido alguno. Le indiqué que se hicieran hacia atrás y él obedeció, un tanto reticente. Los demás lo siguieron y Kara nos miró de hito en hito.

―Deja de dar vueltas y habla, Christine. ―Mis cuerdas vocales se estiraron y vibraron con la necesidad de soltar un rugido. La esquina superior de mi boca se alzó y mis dientes chirriaron. Ella sonrió.

―¿De verdad no lo has deducido aún?

Retuve los impulsos de defenderme cuando ella dio un paso más cerca de mí. Sus manos me agarraron del brazo y me clavó las garras, abriéndome pequeñas heridas. Inevitablemente, perdí el control de mis ojos y lo vi todo rojo. Ella gruñó, me atrajo hacia ella y susurró en mi oído:

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora