Enfermiza verdad

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3 de diciembre de 2020

Tessa

En cuanto Rowan se fue, utilicé toda la fuerza que había reunido para ponerme en pie. Alex aún no había regresado, por lo que tendría unos minutos para escaparme con sigilo. El problema era el transporte, ¿cómo diablos llegaría hasta la Torre de Control si no podía correr? Apenas lograba moverme sin hacer muecas de dolor, sin embargo, asumí que no me quedaría más remedio que averiguarlo sobre la marcha.

Con cautela, me asomé por la abertura, en donde debía estar la puerta, y me aseguré de que no hubiera moros en la costa. Desde el ángulo en el que se encontraba la mujer de la recepción no podía ver mi habitación, debía salir de detrás del escritorio para poder atraparme. Aparte de ella, nadie más deambulaba por allí. Me deslicé sigilosamente hacia la pared de enfrente y caminé de puntillas hasta la esquina. No golpearía a ningún doctor ni nada por el estilo, pero era consciente de que me sería imposible atravesar el corredor sin que se preguntaran qué hacía levantada.

Maldije y miré hacia todos lados en busca de algo que pudiera ayudarme. A lo lejos había dos puertas. Estaba segura de que una de ellas debía tratarse de un vestidor, ya que todos los hospitales contaban con uno en cada piso en caso de emergencias. A nadie le gustaba estar manchado de sangre.

Sin embargo, cuando comencé a dar mi primer paso, divisé la espalda del doctor Blancher hablando con Alex, a tan solo unos metros de distancia. Si era rápida, podría esconderme en la habitación más cercana, sin que me vieran. Esperé hasta que las pisadas comenzaron a sonar, acercándose hasta donde me encontraba, para luego alejarse en cuestión de segundos. Suspiré, bastante más tranquila, mientras miraba alrededor.

Tomé una bata blanca y un overol turquesa y me los coloqué sobre la ropa de Kara, luego de aprovechar para cambiarme el vendaje. Ni siquiera me fijé la fecha de vencimiento, por lo que esperaba que estuviera apto para su uso. Me pasé la bata por los hombros y me recogí el cabello en una coleta alta, cubriéndolo con una gorra de goma. También me puse un tapabocas, aquellos que se colocaban los cirujanos antes de entrar en el quirófano. Si tenía suerte, encontraría una camilla vacía y la usaría como excusa para escapar por el ascensor.

Con ese pensamiento en mente, en donde había dos doctores que caminaban de espaldas a mí. Me encaminé en dirección contraria y vi que una enfermera había dejado una camilla desocupada justo a un lado. Sonreí a medias, aquello debía ser obra del destino. La aferré por los costados y avancé hasta el pasillo principal.

Tenía que darme prisa.

―¡Tessa! ―escuché el grito de Alex―. ¡Tessa, ¿dónde te metiste?!

Reí en mi interior. No podía esperar que me quedara de brazos cruzados. Ya había hecho algo similar antes, debería haber estado acostumbrado.

Moviéndome con la poca agilidad que me quedaba, me metí entre las puertas metálicas, haciendo chocar la camilla varias veces contra las paredes espejadas. Lamentablemente, aún no podía cantar victoria. Necesitaba salir del hospital, solo así sabría que me había librado por completo de ellos.

Dentro del ascensor, una alarma roja comenzó a sonar.

Mierda.

Las puertas se abrieron de nuevo en la planta baja, en donde la mujer de la recepción miraba hacia todos lados con ansiedad. Alrededor de ella se habían congregado un buen puñado de militares, quienes custodiaban todos los posibles escapes. Maldije para mis adentros. Aunque encontrara el de emergencia, estaba segura que Alex también lo había cubierto.

Al parecer, tendría que hacerlo por la fuerza.

Respirando hondo, me arranqué el disfraz y lo lancé a un lado, logrando que comenzaran a gritar al instante, llamando a su superior por el walkie-talkie, pero ya había llegado hasta ellos.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora