Prueba de camuflaje

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24 de febrero de 2022

Tessa

Respiré profundamente y abracé más mis rodillas contra mi pecho. El enojo no había disminuido, sin embargo, mis iris ya no tenían esa incómoda característica carmín. En medio de mi rabia había huido hasta el bosque y me había subido al árbol más alto que pude encontrar.

Estaba acomodada en una de las ramas más gruesas, jugando con las hojas de un verde oscuro muy bonito. Habían pasado dos horas. Ciento veinte largos minutos, durante los cuales había intentado calmarme y no volver a patearle el trasero a ese rubio engreído.

Y Alex. Su expresión, la forma en la que me había mirado, me había enojado tanto que no pude decir nada. Sabía que no debía acusar a alguien de esa manera, pero las pruebas eran tan evidentes ante mis ojos... No podía creer lo ciegos que eran.

Rompí una hoja de la rama y la examiné entre mis dedos. Por ella caminaba una solitaria hormiga, intentando hacerse con una porción de la misma. Me pregunté si ellas sabrían lo que había sucedido o si seguían con sus vidas normales.

―¡Tessa! ―escuché en la lejanía―. ¡Tessa!

Logré ver a Stephanie y a Kara, quienes utilizaban sus manos a modo de megáfonos para que sus voces sonaran más fuertes. Casi reí ante la visión de ellas juntas buscándome. Detrás de Kara, a unos metros, estaba Alex, luciendo realmente preocupado. Juntó sus manos alrededor de sus comisuras y gritó mi nombre. Una ráfaga de ira me sacudió de pies a cabeza y, con un bufido, me senté en la rama de nuevo.

Llámenme caprichosa, o cualquier sinónimo de esa palabra, pero no podía arriesgarme a bajar y que mis ojos revelaran mi verdadera naturaleza.

Sentí mis párpados picar y los cerré, intentando controlar el cambio. Respiré profundamente varias veces. Escuchar su voz llamarme, cuando antes me había ignorado, era como si me clavaran lanzas de fuego en el pecho.

Me crucé de brazos y apreté mi espalda contra el tronco áspero. Luché contra el instinto de asomarme cuando la ancha espalda de Carter pasó por debajo. Con el más mínimo movimiento, sabrían que estaba allí y no dudarían en usar métodos persuasivos para obligarme a bajar.

Fijé mi mirada en el horizonte, sobre las copas de los pinos más bajos, por donde sobrevolaban los pájaros. El sol se estaba ocultando, el cielo se teñía de un color anaranjado y rojizo, diciendo adiós al día cálido. Las primeras estrellas aparecieron en el firmamento y me quedé mirándolas, como si en cualquier momento una de ellas fuera a moverse. De pequeña me encantaba hacer eso: quedarme en el patio de mi casa, recostarme sobre el suave y artificial césped y mirar el cielo durante horas, buscando una estrella fugaz para pedir un deseo. Era el mejor de los pasatiempos. A veces, mamá se unía y me enseñaba algunos de los nombres de las estrellas y las constelaciones. Yo la escuchaba, embelesada, y afirmaba que estudiaría astronomía. Ella se reía y asentía, antes de besarme la mejilla y mandarme a la cama.

Ese recuerdo me hizo sonreír y me limpié una lágrima escurridiza.

Me quedé en la cima del árbol hasta que la noche cayó por completo. Mis amigos ya habían desistido y habían regresado. Solo entonces bajé. Me arrebujé en el abrigo, sintiendo los primeros vestigios del viento. Mi cabello se movió hacia atrás con violencia y corrí hasta el edificio. Subí por el ascensor hasta mi piso y me escabullí hasta mi habitación.

Solté un suspiro cuando cerré la puerta. Estaba todo oscuro y la única fuente de iluminación era la débil luz de la luna, pero no estaba sola.

La luz de la cocina se encendió y di un respingo hacia atrás. Había una persona sentada a la mesa, tamborileando los dedos sobre el colorido mantel mientras me miraba fijamente. ¿Una pista? No era mi mejor amiga y compañera de cuarto, por el contrario, era a quien menos deseaba ver: Alex.

1. La extraña ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora