✡ XVI

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Capítulo 16: Cara a Cara

Tras los interminables minutos de espera, empezaba a hacer un calor insoportable. El sol brillaba a lo alto en toda su intensidad, mientras que allí abajo parecía un horno.

Raidel notó que los guardias estaban más que entusiasmados: parloteaban, reían y hacían apuestas de cuánto iba a durar Raidel en contra de Stanferd. Por lo emocionados que estaban, Raidel podía deducir que en su trabajo no solían ver muchas cosas divertidas.

Todos estaban expectantes menos Threon, a quien parecía que le iba a dar un ataque cardíaco en cualquier momento. Medio enloquecido, miraba una y otra vez a Raidel y luego al lugar por el que se había ido el guardia a buscar a Stanferd. Y por lo que parecía, no se daba ni cuenta de que se estaba comiendo las uñas.

Raidel le quedó mirando un largo rato, sin saber muy bien qué era lo que debía decir. Finalmente decidió empezar por lo más obvio.

—¿Exactamente qué es lo que sucede? —inquirió con desenvoltura.

—E-e-es un Capitán de Escuadrón... —logró pronunciar. Estaba completamente desesperado.

Raidel no lo terminaba de comprender.

—¿Y qué pasa con eso? —quiso saber.

—L-l-l-los C-Capitantes d-de E-Ecuadrón son... son... —llenó sus pulmones de una gran cantidad de aire antes de continuar—. S-son muy poderosos...

—Eso solo pone las cosas más interesantes —lo tranquilizó—. Además, yo también soy poderoso...

—No ¡No! ¡NO! —gritó Threon, rabioso. Parecía que ya había perdido la poca cordura que le quedaba—. ¡Tú no lo entiendes! —le señaló con un dedo puntiagudo—. ¡É-el está a otro nivel...! En un nivel completamente diferente... Además él es muy malvado...

Raidel suspiró. No quería seguir presionándolo, pero debía hacerlo.

—¿No estarías tan nervioso si ese tal Stanferd fuera un debilucho cualquiera, ¿no? —dijo con tranquilidad—. ¿Aunque exactamente quién es él? ¿Quiénes son los Capitanes de Escuadrón?

Threon posó sus ojos sobre él, mirándolo fijamente, como si no supiera si era una buena idea o no contarle aquello. Al final lo escupió:

—El ejército de Ludonia está dividido en escuadrones. Cada escuadrón está compuesto por unos cien hombres —tragó saliva—. Eso quiere decir que cada Capitán de Escuadrón de este reino está a cargo de cien hombres...

—Bueno, cien hombres no es una cifra para nada despreciable, pero...

—¡Todavía no lo entiendes! —saltó Threon con los ojos casi desorbitados por la angustia y el terror—. En otros reinos, cualquiera puede subir escalones de poder sin ser muy poderoso... Cualquiera que sea ingenioso, leal, disciplinado y obediente puede llegar hasta lo más alto... ¡Pero aquí no! ¡AQUÍ NO! —Raidel podía observar, para desconsuelo suyo, que Threon había perdido definitivamente los cabales—. ¡En Ludonia, para ser Capitán de Escuadrón, uno debe ser el más poderoso de todo el escuadrón al que pertenece! ¡Debe vencerlos a los cien o ser reconocido como el más fuerte de entre todos ellos! ¡Solamente así uno puede convertirse en Capitán de Escuadrón!

Ahora Raidel empezaba a entenderlo todo. Si era cierto lo que el moderadamente viejo señor Threon le decía, entonces el tal Stanferd iba a resultar un oponente algo... decente. Pero solo un poquitín.

Raidel sonrió, orgulloso.

—¿Y ahora por qué sonríes, enano? —le gritó Threon, desesperado—. ¿Acaso no comprendes nuestra pésima situación?

—Vaya, hace tiempo que no me llamaban "enano" —dijo.

Los demás guardias se echaron a reír.

Threon les hizo caso omiso.

—¡Y además eso no es todo! —añadió con un deje de temor en la voz—. Stanferd es conocido por su crueldad y ferocidad. Yo vi con mis propios ojos como retó a un duelo y luego mató al anterior Capitán de su Escuadrón para así robarle el puesto... —estaba más sudoroso que nunca—. Esa criatura no es otra cosa más que una despreciable alimaña vengativa y sedienta de sangre que solo busca...

—Disculpa, ¿cómo me llamaste? —lo interrumpió una voz que estaba adentro de la muralla. Era una voz grave, alta y que imponía presencia. Raidel no podía ver quién era esa persona, pero ya se lo imaginaba...

—¡CAPITÁN STANFERD! —gritó Threon, completamente aterrorizado. Los mocos se le chorrearon de la nariz por la impresión.

—Así que soy una despreciable alimaña, ¿eh? —dijo la voz de Stanferd, imperturbable. No obstante había algo en su voz que infundía miedo. Raidel se dio cuenta de que era una persona de temer.

Los pasos de Stanferd se escucharon, mientras éste subía hacia el puesto de vigilancia.

Cuando llegó, Raidel pudo ver que se trataba de una persona corpulenta, de cabello largo oscuro y expresión severa. Sin embargo, lo que más le había impresionado había sido la armadura que llevaba puesta. No era simplemente de cuero como la que traían los demás guardias que se encontraban allí, sino que su armadura era de acero y de un color bronce reluciente que parecía brillar bajo la luz del Sol, y que abarcaba de los hombros hasta los pies. Era la mejor armadura que Raidel había visto hasta ahora desde que había salido de la Academia Legacy.

Stanferd se fijó en él.

—Ah, así que este es el mocoso comediante, ¿no?

Threon se puso de rodillas, ante los pies de Stanferd.

—P-por favor, perdonele la vida... —le rogó—. Es solo un niño... Él no sabía lo que hacía...

Pero Stanferd respondió a sus súplicas dándole una patada. Threon soltó un aullido de dolor.

—¡Cállate, maldito bastardo! —ordenó Stanferd. Seguía imperturbable. Su rostro era inexpresivo—. No he olvidado lo que me has dicho cuando llegué. Ya me encargaré de ti después, pero ahora... —se volteó hacia Raidel.

El pelirrojo estaba furioso.  No podía permitir que lastimaran a su amigo de esa manera.

—Ven aquí y arreglaremos cuentas —se limitó a decir.

El rostro de Stanferd al fin había mostrado algo: Estaba sonriendo.

El Capitán bajó de la enorme muralla de quince metros de un salto y cayó de puntillas como una pluma: sin hacer el menor ruido.

Más que desconcertado, Raidel había abierto exageradamente los ojos a causa de la sorpresa que le había provocado ver semejante hazaña.

Antes de nada, Stanferd volteó la vista hacia Threon.

—Tranquilo, que no lo mataré... no a él —la sonrisa seguía dibujada en su rostro—. Haré que sea mi comediante personal.

Y a continuación, Stanferd se dirigió hacia Raidel hasta quedar cara a cara. El Capitán tuvo que agachar la vista para poder mirarlo.

Ahora que Raidel lo veía de cerca, su sonrisa era oscura y demente.

Stanferd soltó una risita.

—Dime, mocoso, ¿quieres ser mi comediante personal?

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora